Desgarra con sus gritos lo que queda de los trozos de piel que me envolvían, incapaces ya de contener mi pena. Ahogadas por mi mano, ayer dormían palabras que eran sólo de tu oído, olvidadas, reclusas y escondidas. Las aplasta en sus cárceles de olvido. El del grito atroz hoy las devora, y devora a la vez mi pecho herido. Me rompe, abrasador, desde la hora de tu último aliento y mi locura, de tu cruel adiós, que me destroza. Seré por siempre morada de amargura. El Dolor me amarra, y me domina su sangrante voz, helada y dura. El hedor de tu muerte me asesina. Me penetra susurrando, como daga que rasga el justo centro de mi herida, que ya eres parte de la tierra que te traga.