Mientras me bañaba, una vez a la semana, metido en una tinaja de plástico en la que me veía diminuto, el agua caía a cataratas, a cubazos, removiendo las burbujas que flotaban y estallaban tras una existencia fulgurante; mientras me bañaba, la vida se me hacía inmensa, escondida en una infancia mezclada de placideces y escaseces, que yo nunca observé. Las burbujas, ninfas de vida errante y breve, cuyo ascenso a la superficie era una tenue llegada a la madurez, y cuya flotación en el borde del agua era el testamento de una existencia fugaz a la que llegaban en estallido como el cuerpo que se convierte en ceniza tras ser llevado al crematorio... Mientras me bañaba no tenía consciencia de la brevedad de los instantes, incluso me sentía inmortal como inmortales eran los objetos que me rodeaban en una atmósfera sepia de cuarenta metros cuadrados sin lavabo. Mientras me bañaba, en el mismo agua que mis hermanos, mi turno era el segundo - creo recordar - y el agua ya estaba usada, introducía algunos juguetes en el cubo y la sesión de limpieza se hacía colectiva. Agua, regenerada a golpe de acarrear calderos por parte de mi madre, ha llegado a ser algo así como la metáfora de la vida en la que todo transcurre cañería abajo. Y ahora, ¿ por qué extraña razón me acuerdo de aquel cubo y de aquel agua que tubería abajo cayó y que alguien en este instante estará usando en otro lugar?
Luis Vea García,2000 © |