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Andrés era un muchacho despierto, raramente dotado para las ciencias, tanto era así que los profesores habían recomendado a sus padres en más de una ocasión que lo inscribiesen en una de esas escuelas para superdotados donde, supuestamente, era más fácil dar una salida al raudal de potencialidades de las que disponía el niño. Su madre siempre había sido reacia a que su hijo se convirtiese en un "cerebrito" desprovisto de cualquier capacidad que no fuese la puramente intelectiva. Sentía un pánico atroz a que su hijo acabase siendo expuesto como el gorila albino que había en el zoológico de Barcelona, por eso siempre se negó. Andrés se encontraba la mayoría de las veces encerrado en el sótano de la casa, un lugar inhóspito que el muchacho había convertido en un laboratorio científico en el que, sin embargo, tenía prohibido realizar experimentos químicos después de un desafortunado incidente en el que, misteriosamente, saltó por los aires la mesa del despacho de su padre. Llevaba días enfrascado en una de sus investigaciones, apenas salía para comer y, cuando lo hacía, retornaba de inmediato a su cubículo como lo hace un zorro después de cazar. Manejaba piezas de ordenador, chips, teclados, placas base y pantallas con una maestría difícil de creer si no se le veía en acción. Hacía unos días había encontrado material abandonado junto a un antiguo edificio del Instituto de Ciencias. Durante días acarreó cajas y cajas que contenían montones de piezas y componentes electrónicos. Luego, con una paciencia de relojero, fue uniendo cada una de ellas y pronto se apercibió de la existencia de un archivo sin borrar dentro de la memoria del ordenador que acabara de montar. Estuvo horas y horas intentando acceder a la información que el creía de vital importancia por el lugar donde había sido encontrada. Creyó que podía tratarse de algún experimento sin finalizar que, probablemente, él terminaría, razón por la cual aplicando su ahínco finalmente logró acceder a la memoria y conectar el fichero. Su nombre era: INSTRUCCIONES PARA EL PRÓXIMO MILENIO. Intentó una y otra vez averiguar algo de aquel fichero pero cada vez que estaba a punto de poder acceder a la información, el ordenador que él mismo fabricara terminaba por desconectarse. Rendido por el esfuerzo de tantas horas y días perdidos en aquel sótano, por primera vez en su vida se dio por vencido, recogió sus aperos y se dispuso a desconectar el entramado de cables. Cuando el botón que decía "power" iba a ser desconectado por su mano, miró por última vez la pantalla y se apercibió de que el archivo se había abierto. No pudo contener la emoción de encontrar por fin aquello que tanto deseara. Se dispuso a leerlo y su rostro cambió de semblante. Una única frase se repetía una única vez: Sed felices ... Se sintió defraudado. Había perdido el tiempo por nada. No llegó a comprender que, sin saberlo, había accedido a la fórmula más importante a la que toda persona podría alguna vez acceder: la felicidad.

Luis Vea García, 2000 ©

Texto agregado el 01-02-2005, y leído por 219 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
21-03-2005 Pues ya estamos en el próximo milenio... o nos tendremos que esperar hasta el 3000... tobegio
01-03-2005 Cuando el botón que decía "power" iba a ser apagado por su mano... Bonita moraleja, pero un botón no se puede apagar... Por lo demás, me gustó... Jules_Lebeau
 
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