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Cada vez que me encuentro en la calle cuando el sol se fuga hacia la noche puedo sentir en la piel todos los cambios cromáticos del entorno: el súbito gris de las veredas, el azuleo progresivo de los edificios antes del verdor previo a la negrura más espesa y el amarillear de todas las ventanas que florecen sus albas artificiales. Muy por encima, las primeras estrellas. Aquí abajo, los últimos pasos. Hay veces en que me siento casi el dueño de la ciudad desierta. Cuando eso ocurre mi epidermis se enfría y por instinto busco el reparo de los árboles. Entonces mis pasos toman rumbo hacia la plaza. Como ahora.

La brasa del cigarrillo recién encendido me diferencia de tanta masa ensombrecida. Muy de vez en cuando los faros de algún automóvil tantean los barrotes del portal de la iglesia. El tenue resplandor que se demora por los rincones del atrio me sugiere una señal que no acaba. Por sobre mi cabeza hay un reflujo de murciélagos que divagan entre las molduras y las palmeras, incomodando la modorra de innumerables palomas. Fantasmales, los murciélagos planean en círculos desmañados. Y repetidos.

Tan repetidos como este itinerario mío que indefectiblemente me trae al mismo banco incómodo y mojado. Desde aquí lo observo todo. Comprobando el absurdo total de las reiteraciones. Hasta el perro que se arrima para la caricia es previsible. Y la humedad de su hocico casi tierno. Y su aceptación de que definitivamente su suerte me tiene sin cuidado. Y su alejamiento perezoso, como si apenas soportara el peso de su propia sombra.

El tabaco proyecta una crecida uña de ceniza. Mi descuido y la brisa lo consumen sin apuro. Casi ni le he tomado el gusto y ya está terminado. A mi memoria acuden frases sueltas de campañas adversas a este hábito que pese a todo llevo instalado como una antigua liturgia. Aspiro la aspereza de la combustión y exhalo una bruma blanquecina que me envuelve antes de deshacerse en hilachas descoloridas. Entre la yema del pulgar y la uña del índice, el filtro se demora unos pocos segundos antes de ser lanzado como una espita carmesí hacia la nada inmensa del cantero.

Por ahí atrás, las osamentas de los juegos. Distingo la silueta rechoncha del molinete, el esqueleto del tobogán, los costillares del subibaja. Imagino la crueldad del rocío sobre el brillante colorido de hierros y maderas. En el cuenco de una hamaca duerme un chico.

Duerme. Aunque bien podría estar muerto. Como toda esta plaza helada. A nadie le importa el cuerpito magro ni sus harapos. No hay motivo para que le busquen ni le extrañen a esta hora. Desde la torre caen dos campanadas secas. Dormido o muerto. Como otros muchos. En puertas, umbrales, recovecos.

Un viento nuevo ha comenzado a juguetear con los goznes que, faltos de grasa, chillan su abandono. Dormido. Necesito la seguridad de que no debe despertarse. Los ojos de los chicos de la calle se repiten en los perros abandonados.

Si me incorporara, caminara hasta la hamaca, interrumpiera su sueño, lo condujera al abrigo de mi casa, al consuelo de un café caliente y del pan con esa manteca que casi ni he tocado, a la certeza de la cama que me sobra. En cambio, enciendo otro cigarrillo. Entorno los párpados. Volteo.

Y abandono el banco. Obediente a las repeticiones, mi cuerpo echa a desandar el camino. Me alejo. De la plaza. De la hamaca y su preciosa carga. El eco monocorde de mis pasos rubrica el ritmo de mi marcha. Hacia el principio. Hacia mi refugio de papeles, de libros, de recuerdos precariamente apilados entre ceniceros sucios...


Mario G. Linares.-

Texto agregado el 01-02-2005, y leído por 418 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
07-01-2009 Me parece un cuento muy bueno. La ambientación está magistralmente lograda. Y, por cierto, la metáfora del florecimiento de las ventanas es muy acertada y hermosa, y ,desde luego, nada forzada, como opinaron otros. Felicidades. luciaelsol
04-02-2005 Que se preste a varias percepciones, bien, ha funcionado. Testimonial, se agradece el estilo. Mejor desando el camino, justo hoy. No creo que la inhumanidad o la indiferencia, por más que esté retratada con acierto en ella, haya sido el eje de tu inspiración. psychotron
02-02-2005 Bueno; no se si es inmenso tu (cuento no es la palabra, dada la habitual carga de ficcionalidad que se le adosa)... testimonio..., o si es que yo estoy hoy particularmente nostalgica. Esto ha sido muy bueno. A la carga de repetitividad hay que agregarle la imposibilidad material de sobrellevarlas. Un niño se podria... un millón no creo. (Lo de la actitud de los perros lo pienso siempre, jaja, ) Este comentario es ,uy subjetivo, tomalo como de quien viene, jja. Suerte, aunque no exista. Dhingy
02-02-2005 Amigo mio su texto es grueso, robustos para mejor , lo deja a uno "enganchado" en la reflexion mas profunda, ademas de bien estructurado. Un saludo. escorpio2
02-02-2005 Excelente. Me ha gustado mucho. En especial por la idea de el espectador ante el mundo, cercano pero a la vez lejano, fumándose un cigarrillo. La rutina de romper un instante con la Rutina. Saludos. TheWillow
01-02-2005 La indiferencia propia de los habitantes de las grandes ciudades. Felicitaciones. jorval
01-02-2005 Un relato magnificamente escrito y con un contenido inmejorable. Me ha gusta mucho. Saludos. jabani
01-02-2005 Agrego al comentario de don Faulkner (¿será algo de William?) que me hallé algo sí, en este texto. Pero lo mismo puede pasarle a otros. Grises, o no... orlandoteran
 
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