LA CASA DE MI ABUELA
Como en todos los cuentos... “Había una vez, hace 60 años, una casita muy humilde, de adobes, con techo de chapas y pajas sobre las chapas, que tenía algo mágico para mi, mis hermanos y mis primos; era fresca, limpia y al entrar en ella, nos invadía un aroma exquisito a dulce de ciruelas casero, y torta recién horneada, a frutas, que la abuela envolvía en papel y las ponía en cajones para que maduraran y no se echaran a perder.
Los pisos eran de tierra, lisitos, como si fueran de la mas fina de las cerámicas, mi abuela Victorina, todas la mañanas les pasaba una trapo bien mojado, tendía las camas, repasaba los muebles y cerraba los postigos, dejando todo en penumbras, “para dormir la siesta fresquitos”...., nos decía.
Siempre recuerdo que al mediodía mi abuelo Faustino, venía de trabajar en la huerta, que era muy grande y tenía toda clase de frutales, venía balanceándose al caminar, pues tenía una pierna mas corta, trayendo en su mano “una flor para la patrona”, así decía él, ése es un recuerdo hermoso e imborrable para mi.
Para regar la huerta, se usaba el agua de un enorme tanque de cinc, que se mantenía siempre lleno, gracias a un chorro de agua fresca y cristalina, que salía de un caño conectado al molino, en el que nosotros lavábamos las zanahorias recién cosechadas, para comerlas cuando nos daba la gana.
Había un cañaveral que bordeaba la zanja que llevaba el agua a la huerta; ése cañaveral fue mi primer escenario, de allí dentro salía para ofrecer a mis padres, abuelos, hermanos tíos y primos mis mas variadas actuaciones, desde bailar, contar cuentos o recitar poemas, muchos de ellos escritos por mi madre.
Fui tan feliz en ese gran patio, con sus flores, su cerco de retamas amarillas y perfumadas y la presencia de mis abuelos, severos pero amorosos con todos sus nietos. Mi abuelo era un gran cuentista, y lo mejor era que los improvisaba en el momento.
En el año 2000, El Perdido, que así se llama el pueblo de mi niñez, cumplió 100 años, fuimos al festejo y no pude dejar de visitar “la casita de mis abuelos”, una congoja profunda me invadió, pero me mantuve fuerte, y abracé con la mirada, toda la extensión de esa abandonada finca; y hasta me traje un gajo de su higuera, en un intento de prolongar la existencia de algo...que ya, no está.....
|