A aquella a la que no el digo nada, pero aun así se mete aquí sin consultármelo ¬¬
***
En las opacas tinieblas en las que Galin se hallaba entonces, todo era un tanto extraño para él; se oía un leve goteo que reverberaba en la lejanía, produciendo un eco extraño. Una corriente de aire transportaba piedrecillas y ramas pequeñas...
-¡Un momento! –pensó Galin en voz alta-. Si hay ramas aquí y una corriente de aire, eso significa que por algún lado debe de haber un asentamiento o algo similar.
Se levantó del suelo y comenzó a andar en la oscuridad; sin saber muy bien hacia dónde iba, oyó unas voces; era un dialecto que conocía, por lo tanto se dirigió en esa dirección. Una pared interrumpió su avance “¡Tonto de mí!”,pensó, “¡Seguro que es una curva!” Salvó este obstáculo y pudo ver una luz al final de un estrecho túnel... Para ver algo que le repugnaba: Esclavos... ¡Y entre ellos distinguió a Delnîn y a Eitur!
-¿Dónde estará Serinde? –se preguntó Galin-. No habrá.... ¡NO!
-Eso es, Galin: No –contestó una voz que le era familiar por la espalda.
Galin se giró, pero un golpe de espada en su cráneo le hizo perder el conocimiento poco a poco; antes de caer inconsciente oyó:
-¡Pobre Galin! Tan atento a todo que pudiste ver lo más evidente... Has sido más fácil de engañar de lo que pensaba, cariño.
***
-Ugh... Mi cabeza... –se quejó Galin.
-Tranquilo muchacho, estás a salvo –contestó Eitur-. Bueno, todo lo a salvo que puedes estar en un calabozo.
-¿Calabozo? ¿De quién?
-De ellos –dijo Delnîn señalando a los guardas; eran dos soldados que serían normales... ¡De no tener dos enormes alas negras!
Tras unos pocos minutos, una mujer entró en el calabozo; vestía unos ropajes de seda, tenía una ,aparentemente, suave melena negra y de su espalda brotaban unas bellas alas blancas.
-Hola, Galin querido –dijo la mujer.
-¿Nos conocemos? –dijo el joven.
-Ven conmigo y lo comprobarás –y, tras decir esto, dejó que los guardas abrieran la celda para dejar salir a Galin.
Pasearon por un enorme pasillo, viendo hermosos cuadros sobre batallas en el mundo exterior, de soldados de brillantes alas blancas y espadas que parecían despedir un calor inmenso.
-¿Por qué estos soldados tienen alas blancas y los guardas que he visto, las tienen negras? –preguntó Galin.
-Haces tantas preguntas como cuando eras un bebé, querido –contestó la mujer.
-¿QUÉ? –preguntó de nuevo el ahora extrañado Galin.
-No estabas preparado para esto, hijo mío, mis guardias te previnieron; eres tan joven que tus alas aun no han brotado, pero tendré que decírtelo. Eres el Señor de estos túneles.
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