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Alfredo estaba tranquilamente recostado contra la pared de la churrería que la crisis y el posterior suicidio del churrero mantenían cerrada. Pensaba en la ocasión en que su amiga le preguntó si estaba seguro de que las berenjenas no eran mutaciones de algo. Su mente vagaba tranquila sobre el motivo por el cual las berenjenas son de ese color, y ya de paso, cómo se llama ese color. Debe de llamarse “color berenjena”. El berenjena no es un color muy natural. Es el color de los puñetazos en el ojo que le dieron hace una semana.

Estaba sumido en estos pensamientos cuando el reloj de la torre de la lejana iglesia marcó las cinco de la madrugada. Esta calle ya no es lo que era, pensaba Alfredo, mientras dejaba escapar el aire entre los huecos que los dientes perdidos dejaron en su mandíbula. Antes todo era agitación y alegría. Ahora, mira. Ni Dios por las calles. Tan solo esos del todo-terreno robado, intentando alunizar en la joyería. Por cierto, voy a ver que hacen.

Alfredo avanzó con las manos en los bolsillos. Al llegar al borde de los cristales, ya había quitado el seguro de su arma. Se asomó a la joyería. Dentro, tres hombres volcaban los estantes y llenaban apresuradamente dos bolsas de cuero, con relojes, pulseras, anillos y sellos para señora y caballero. Matarlos no fue muy difícil. Antes de que pudieran decir ni chufa, Alfredo les había aireado las sienes a balazos. Recogió las bolsas con las joyas, y salió fuera.

“No se pueden hacer las cosas así, improvisando”, pensó Alfredo. ¿Por qué pensó eso?. Pues porque no se había dado cuenta que dentro del todo-terreno quedaba todavía una persona. El conductor, claro, esperando a que terminaran con el motor encendido. Mal rollo. Sale del coche e intenta escapar. Es escasamente un adolescente. Hace poco que habrá aprendido a conducir, y ya tiene sus tripas desparramadas por el suelo de un disparo por la espalda. Si es que algunos padres no tienen perdón. Si se preocuparan realmente por sus hijos, e hicieran un esfuerzo, no solo por comprarles de todo, sino por educarlos, no consentirlos, sino educarlos, a veces siendo blando, a veces siendo duro, y castigando cuando es necesario castigar, no tendríamos a muchos de nuestros adolescentes agonizando en las aceras. En fin, lo mejor que puedo hacer por este pobre diablo es rematarlo rápidamente. Al acercarse, Alfredo ve que el cuerpo que se arrastra por el suelo no es el de un chico, sino el de una chica. El disparo le ha partido la columna vertebral. No puede mover las piernas, y trata de huir arrastrándose sobre el estómago. Alfredo ve los ojos azules de la chica, velados por el pánico y el dolor. No le daba tiempo a violarla como dios manda, así que la voló la nuca.

Con las bolsas en el hombro, Alfredo caminaba por las calles. El problema de la educación, pensaba, es realmente preocupante. Nuestros hijos crecen prácticamente aislados de la realidad. Viven en un mundo aparte, donde todo se les disculpa. Crecen casi sin ninguna responsabilidad. Se les hace ver que tienen derecho a todo, y que nunca habrá consecuencias. Sin duda, razonaba Alfredo, gran parte del problema es la imagen que ofrece la televisión. Los anuncios venden una imagen en la cual, si eres joven, el mundo esta hecho para ti. Ser “original” consiste en ser un capullo vestido de marca. Mal asunto. Si la zorra de su madre no hubiera contagiado de anticuerpos del SIDA a nuestro único hijo, yo hubiera sido un buen padre. Bueno, y si hubiera nacido vivo, claro, porque la verdad es que las malformaciones de su cuerpo lo hacían incompatible con la vida.

La noche era fría. Alfredo atravesaba el desierto parque. Se sentó en un banco. Lo rodearon las sombras. Alfredo levantó la vista al cielo, pero el cielo no le devolvió estrellas. Tan solo un brillo naranja. Naranja sucio cielo de Madrid. Ese si es un buen nombre para un color. Alfredo pensó en sí mismo, en ese parque, pero a la luz del dia y jugando con un niño. Que cabrones, los niños, pensó, cómo te hacen sentir de bien. Incluso cuando lloran. Te hacen sentir mejor que una tortilla de berenjenas y una cerveza.
Tengo que preguntar a alguien como se llama el color berenjena

Texto agregado el 31-01-2005, y leído por 1002 visitantes. (8 votos)


Lectores Opinan
05-09-2005 Very introspective, creo que así se dice también, jej... mE GUSTA! "No le daba tiempo a violarla como dios manda, así que la voló la nuca." Yo creo que cualquier cuento que diga VIOLAR seguido de COMO DIOS MANDA, es una locura y merece ser leído, y ya luego, tu cuento merece ser leído. La frialdad y la falta de detalles es lo que hace -más que todo- que valga la pena ser leído. ME recuerda al cuento de Borges... Emma... se me olvida el apellido de la Emma, lo leí hace poco. Se parece. Me gusta más el tuyo, admito. mis *s eladoscurodelcorazon
06-07-2005 Joder. Me arrepiento de no haberlo leído antes. Excelente. (Te sabes poner trascendente y todo). Saludos. Desdentado_Daroca
09-06-2005 Se llama moraláceo. Saludos!!! TheWillow
26-02-2005 Claro como la imagen de un televisor...vaya con Alfredito¡¡ yoria
21-02-2005 ofú quillo! vaya texto, estoy impresionada y con el estómago de punta!Vaya personaje te has sacao de la manga, el Alfredo ese no tiene desperdicio. En fin no es lo que más me gusta del mundo, pero he de reconocer que está muy bien escrito como siempre don corinto ondina
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