Aparcamos la camioneta en un margen del camino. Vilnus, plantado en medio del campo se alzó de los surcos. Desencorvando su cuerpo abrigado mostró transparente la mirada de aquel que recela. Cámara en mano encaramos torpes un barroso badén. Aguardó quieto. Adiestrado en gestos amables presentó su nombre ofreciéndonos su mano. "Pedregoso terreno," tanteé. Vilnus habló seco y sin rodeos: "Un hombre solo y muchas piedras... ¿Qué le importa mi campo a la televisión?” Directo también fue el motivo electoralista de nuestra presencia. "¿No son televisión sino campaña?” –repitió sin entender. Publicitarios, era un término extraño para él. “Podrán grabar si a eso han venido, es su trabajo, pero escuchen primero: no votaré al candidato que ustedes representan. En los años de Yanukovitch no faltó la comida en el campo, para mi es más que suficiente. Tal vez en la ciudad haya sido un mal presidente. No lo sé. No vivo en ella. La política es peligrosa, y opinar lo contrario a lo que se espera uno opine puede llegar a enterrarte antes de hora. ¿Vendrían ustedes a labrar estas tierras si a mi me pasara algo?" Sonreímos cómplices. El miedo sincero enquistado en aquellas palabras se convertiría en la imagen perfecta de la campaña. "Bien señor Vilnus, hable... Le grabamos." El piloto rojo esta vez no se iluminó.