La mayoría de las noches, después de asistir a las clases de teatro, formábamos un grupo y nos íbamos de fogata a la playa “Las Machas”; siempre estuvo presente el charango de Jorge, la quena de César y mi fiel guitarra y, cómo olvidar las interminables rodas de chistes y los juegos con prendas; luego de algunas horas, mi chal, esa inmensa vastedad y yo, nos quedábamos velando las agónicas cenizas hasta el amanecer.
En una oportunidad, en medio de mis solitarias somnolencias, escuché lejanos y lastimeros quejidos; mis renuentes y pesados ojos se negaban a escudriñar los alrededores, pero, ante la insistencia de esos llamados, mi mente se puso en alerta tratando de identificar a qué especie pertenecían, ya que estaba seguro que no correspondían a un ser humano. Como “Las Machas” es una playa angosta, casi lisa y sin rocas, pronto pude ubicar un bulto oscuro; en puntillas me fui acercando, hasta que no me cupo la menor duda: frente a mí, tenia a un lobo marino herido que, con medio cuerpo en el agua y la cabeza vuelta a la orilla pedía ayuda. Temeroso y con extremada cautela fui acortando la distancia que nos separaba; en realidad, no pude descubrir cuál de los dos respirábamos más recelos. Acapararon mi atención sus bellos y brillantes ojos negros, los que con destellos humanos clamaban ayuda; dejando el miedo a mi espalda me incliné a socorrerlo. Un profundo corte le cruzaba la frente hasta comprometer su ceja izquierda, saqué un pañuelo de uno de mis bolsillos, y con suavidad limpié la espesa sangre que manaba de la herida, él, a su vez, me entrecerró sus grandes ojos en señal de agrado. Acaricié su cabecita y la atraje hasta mi pecho, masajeé su cuello y sus pequeñas orejas, hasta que unos movimientos compulsivos del animal me interrumpieron. Contemplé sus ojos y descubrí dos lágrimas. No creí y no creo en la existencia de las almas, pero juro, que desde su boca vi salir una nubecilla blanca con forma de pez que se esfumó en la negrura de la noche.
Supongo, que fue alrededor de las diez de la mañana del día siguiente, cuando me despertaron unas insistentes caricias; la primera imagen que recibí, era la de un fabuloso par de pupilas negras, que alterarían cualquier ritmo cardíaco masculino, y la frondosa cabellera azabache de una jovencita vestida con traje de baño azul y polera blanca que, en medio de una risa espontánea, como arrastrándose por sus labios sensuales, me dijo:
-Mi nombre es Kari-Co, tú me conoces, pero estoy segura que no me recuerdas; he venido a reciprocar tu gentileza...
Mientras ella hablaba, con disimulo escudriñé el entorno, tratando de ubicar a algunos de mis amigos, y así entender la presencia de Kari-Co, como una mala broma que ellos me estaban jugando; ya que una preciosura no perdería el tiempo conversando conmigo, y menos, venir a pagarme favores que no acostumbraba a hacer. Cuando comprobé que no habían conocidos en las cercanías, no me quedó más que aceptar de buena gana la fantasía que estaba viviendo. Las veces que pretendí inquirir detalles de nuestro anterior encuentro y del servicio, que supuestamente, le había prestado, ella encantadoramente cambiaba el tema. Así, entre risas, coqueteos y miradas cómplices se nos fue pasando la mañana, hasta que llegó el momento en que mi adorable acompañante me sugirió:
-El sol está quemando mi piel y necesito mojarme; el océano me llama, ¿quieres acompañarme? -, se puso de pie y quedó esperándome.
Ni corto de cutis que hubiera sido, me incorporé de un salto y, tomados de la mano nos dirigimos a la refrescante orilla del mar; no habíamos avanzado más de veinte pasos, cuando me di cuenta que sus finos pies no dejaban huellas en la arena; un tornado penetró en mi pecho y quedé estático. Me devolvió a la arena la voz de Kari-Co, diciéndome:
-Veo que has descubierto nuestras diferencias, y no puedo hacer otra cosa que confesarte la verdad: soy el espíritu del lobo hembra que anoche tiernamente acunaste-. Mientras hablaba, con la mano derecha levantó parte de su chasquilla , dejando a la vista la cicatriz del profundo corte que vi en la frente del lobo agonizante. Sin abandonar su divina sonrisa, prosiguió: -En retribución a ese favor, hoy estás viviendo parte de tu futuro; tomé la forma de una mujer que aún no nace, y a la que conocerás en esta misma playa en...veinticinco años más. Me regaló otra amplia sonrisa, se alzó en la punta de los pies y con sus dos manos tomó mi cuello; posó sus deliciosos labios sobre los míos y, así nos proyectamos hacia la eternidad. Con suavidad se desprendió de mis anhelantes brazos, y mientras mi corazón se quedaba estático, ella se fue internando en las vastas aguas del mar, hasta que la línea separadora del océano y del cielo se la tragó por completo. Guardé ese bello instante muy dentro y no lo he compartido con persona alguna; ella lo prometió y le creí; ella me amó y yo también.
Hoy, justo cuando se cumplen los veinticinco años de espera, muy de mañana fui a la playa “Las Machas” y , a lo lejos divisé su figura; temeroso, pero con la fe del que ama lo imposible, avancé hacia ella a grandes zancadas hasta quedar a su lado. Sus profundos y risueños ojos negros me estaban esperando y...nos reenamoramos como estaba predicho.
Después de besar su labios, puedo asegurar que es la misma mujer que no dejaba huellas en la arena.
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