Álvaro colgó el teléfono e, inmediatamente se fue ha duchar. Que los padres de Irene no estuvieran en casa en todo el día no era una situación muy habitual.
Eligió con sumo cuidado la ropa que se iba a poner. Tras probarse unos cuantos modelos e se decidió por unos vaqueros desgastados por las perneras y una camiseta de rayas, la preferida de Irene. Quería que aquel día fuera especial. En el baño se peinó con un poco de gomina y le dio forma con los dedos. Por último se echó abundante colonia cogió la cartera y salió hacia la calle.
Era un día caluroso de abril. Sin embargo, corría una agradable brisa que hacía soportables los cálidos rayos del sol. Alvaro avanzó tranquilamente por la calle. Le hubiera gustado echar a correr y presentarse inmediatamente ante la puerta de la casa de Irene, pero prefirió hacerlo despacio, porque le causaba aun más deseo de llegar.
Pasó por delante de una pastelería y se detuvo a mirar el escaparate. Bombones de chocolate, pasteles de nata y otros bollitos de todos los colores le llamaron la atención. Pensó que sería una buena idea llevar el postre así que entró sin vacilar y compró un surtido de pasteles que el mismo eligió diciendo a la pastelera: “este, y este otro. No, ese no, el de ahí”. Si al bocadito de nata se le salía la nata más de la cuenta lo desechaba y escogía otro.
Cuando por fin se acercaba a la casa de Irene, apenas le separaba unos metros del umbral de su amada, Álvaro se detuvo ante un coche, se inclinó ante el espejo retrovisor y comprobó que no se había despeinado. Todo estaba perfecto.
Irene abrió la puerta con una amplia sonrisa. Levaba una falda vaquera por los tobillos con una raja en el lado derecho y una camiseta roja con unas letras blancas sobre su pecho que decían “peace”. Su pelo rubio y ondulado le caía por los hombros. Aun tenía el cabello húmedo debido a que acababa de salir prácticamente de la ducha. Alvaro pensó que estaba más sexy que nunca, aunque no se atrevió a decírselo. A pesar de que llevaban saliendo casi un año, sentía un profundo respeto por Irene. Para él, ella era un ángel que había caído del cielo para hacerlo feliz. Alvaro la cuidaba y la mimaba. La trataba como a una princesita.
Entraron dentro e Irene le enseñó la casa a Alvaro. Le pareció muy bonita ya que cada habitación tenía algo especial. “¿El qué?” Preguntó ella ingenua, “Tú, cuando entras para enseñármela. Después, cuando sales, la habitación pierde belleza” contestó él rojo de vergüenza por la cursilería que acababa de decir. Sin embargo a ella le pareció muy bonito lo que le dijo y le obsequió con un suave beso en la mejilla.
Cuando terminaron de comer, se sentaron en el sofá, muy cerca el uno del otro. Alvaro besó pícaramente a Irene en los labios mientras ésta estaba viendo la televisión. Irene le devolvió el beso y ambos se abrazaron.
De repente, empezaron a oler a quemado y se dieron cuenta de que el salón se estaba llenando de humo. Corrieron a la cocina, pero al salir del salón hacía el pasillo no pudieron avanzar para delante. La cocina y la entrada estaba en llamas. El fuego se extendía ya por la escalera del portal quemándose a una velocidad endiablada la barandilla de madera.
Alvaro e Irene enseguida comprendieron que no tenían salida ya que la única puerta que daba a la calle se estaba convirtiendo en un pedazo de madera negra. Además, Irene vivía en un tercero por lo que no podían huir por la ventana.
Por unos instantes ambos se quedaron de pie, agarrados de la mano mirando absortos las llamas. Por fin Alvaro reaccionó, tiró del brazo de Irene y la llevó a su habitación. Cerró la puerta y se sentaron en la cama.
Irene temblaba de miedo. Alvaro la cogió por la cintura y la abrazo con fuerza. Después la besó. Primero se besaron delicadamente, con suavidad. Sintiendo el roce de los labios. Poco a poco los besos fueron más pasionales, más carnales. Finalmente, comenzaron a mezclar los besos con los juegos. Él le pellizcó un pezón, ella comenzó a acariciar su pene erecto.
Hicieron el amor con ternura, mientras la casa se iba reduciendo a cenizas, a polvo, a humo…
Cuando los bomberos extinguieron el fuego, descubrieron dos cuerpos calcinados que yacían en la cama. Ambos cuerpos estaban pegados, el uno con el otro y no hubo manera de separarlos. Alvaro e Irene permanecerían juntos para siempre.
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