Este documento llegó a mis manos de manera muy extraña, misteriosa. De repente lo tenía en mis manos. Me encontraba ordenando unos papeles en el escritorio. Me levanté y bebí el último trago que me quedaba de mi Cristal. Como siempre la gusté con fruición. Ordené una hoja y me senté. No sé si me quedé dormido, pero la verdad es que no tengo la más remota idea de cómo tenía el documento en mis manos. Estaba sentado en la cama y tenía el legajo de tal manera tomado que parecía estar leyéndolo. Parecía que ya lo había terminado de leer porque estaba doblado en la última página y una extraña paz me invadía por completo y en mi mente una palabra me martillaba: “azulado, azulado”... No entendía nada. Comencé a leerlo. ¿A releerlo?.
“No sé por qué me detuve en la cuesta, nunca lo hacía. Iba apurado sin tener por qué, pero me detuve. Una extraña sensación me oprimía. Pensé en un ataque al corazón por el dolor en el pecho. Aunque no era dolor, era una sensación de falta de aire. Curiosamente una inmensa tranquilidad me envolvía por dentro y por fuera. La tarde era apacible, tarde de noviembre. Me acerqué al borde del camino y miré el valle en toda su inmensidad. El sol brillaba a esa hora en que su fuego languidece. El aire era cristalino, la luz suave. Los autos subían y pasaban raudos. Un camión, a tranco lento. En forma inmediata se veía el molino, recuerdo de mi padre, de su trabajo, de su sabiduría... mi nostalgia. Las tierras verdes con sus trazados geométricos, las siembras. Al fondo los montes de la infancia, esa alegría de lo diáfano, cuando el mundo es novedoso,
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y da un sustito agradable, como la primera noche de amor con una mujer. En fin, también los montes de la juventud: ansias y dolor. No sentía pasar
el tiempo. Un campesino en su caballo me hizo el saludo del hombre humilde pero digno llevándose el dedo al ala del sombrero. Le contesté con una alegría apacible que venía de mi inocencia lejana. Cuando volví a mirar el valle noté en forma inmediata un cambio. No era la luz ni las formas que me rodeaban, tal vez era algo en mí. De repente, en lo más hondo del valle divisé un pequeño brillo azulado. Fue aumentando en intensidad y volumen. Formó como un remolino de movimiento muy suave de color azul, también muy suave que crecía también suavemente. Con el tiempo, no supe cuánto, había alcanzado una dimensión colosal. Sentía ahora que lo que había comenzado como un murmullo, se había transformado en una melodía extraordinariamente dulce y potente a la vez. Esa música estaba dentro y fuera de mí.
No tengo conciencia en absoluto de cuándo me volví al auto, de cómo llegué a casa, de qué hice cuando me acosté y de todo en general a juzgar por el orden que tenían mis papeles, mi ropa doblada a los pies de la cama, de las cortinas corridas, la infaltable Escudo de la noche ... La cosa es que acababa de despertar...Nada. Tomé un largo sorbo y entonces recordé el sueño”.
“En torno a una fogata se dirigía, con frases cortas y tajantes, a la tribu que hacía un círculo alrededor del fuego. Y decía :...”y ella arrancó, veloz. No sabía de qué, pero corría y corría. Su figura pequeña, suave, morena. Sí veloz, veloz. Un hombre la perseguía. Blanco, fornido, de manos amplias y poderosas, de
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Mirada fuerte. Sí, fuerte. De esa mirada huía ella. Cuando cayó rendida él la tomó y la llevó más allá de la selva, al lugar de los inmortales. Y a pesar de la prohibición él quería poseerla. Los dioses había dicho: “Nadie toque a la bella XI. Quien la toque se transformará”. No dijeron morir sino transformar. Cuando él la penetró un rayo los fundió y fueron uno, XI, la mujer y CO, el hombre. Y al unirse hicieron un dios.
Por eso los dioses no querían su unión, porque eso produciría un dios más poderoso que todos ellos, nuestro dios, el dios del amor, la fuerza y la paz. Yo lo digo, ésta es la leyenda de CO-XI, el dios del remolino azulado”.
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