Mi primer recuerdo son las baldosas negras y blancas corriendo bajo mis pies. Ese corredor abierto (lo llamaban “la galería de afuera”) fue muy importante en mi niñez. Desde ya por el primer recuerdo de infancia. Además por el primer amor que, de verdad, nunca se olvida. En la galería de afuera supe, con una pena sorda que me aturdió, que ella nunca iba a ser mía, como yo quería. Ahí estuve toda una tarde con mi Chabela. Una tarde en que mis padres habían salido y estábamos solos. Escuchábamos música. Y hablé de casarse. Ella era (siempre las mujeres lo son) más sabia que yo. Me dijo que eso era imposible. Me apené mucho y la tarde fue muy bella y muy triste.
La fragancia de la buganvilla llenaba mi alma y el ambiente. ¡La amé tanto ese día!. Ahí sentí un atisbo de la buenaventura eterna. De lo que seria la paz celestial. El encuentro cara a cara con lo Absoluto, lo Infinito. De repente me parecía que yo no le importaba mucho. Hoy me doy cuenta de que su hablar indiferente no era real. O mejor: muy femenino. Absolutamente involuntario. Cándido y suave, como todo su ser. ¡Cuánto la amaba! La galería era abierta y daba al patio de enfrente de la casa. Desde aquí se podía ver el camino y la puerta grande de la casa patronal. Después fue suprimida cuando se produjo
2
la expropiación con motivo del ensanche de la carretera. Así desapareció todo un trozo de mi niñez. Cuando los viejos eran jóvenes. Cuando ni siquiera percibíamos lo que era “ser viejo”. En fin, cuando éramos niños. Por esa puerta entraban los autos de las visitas. El papá entraba por la puerta que daba a la parcela, a la zona del trabajo agrícola. A la entrada estaba la casa de la Lila. La que se enfrentó conmigo, el hijo del patrón, cara a cara. No recuerdo bien el motivo. Parece que algo relacionado con un hermano chico de ella al que yo le habría llamado la atención. ¡O qué sé yo!. Pero la cosa que es que esta niña campesina (mayor que yo, en todo caso), manos en jarra, me desafío. Me sentí gratamente sorprendido. Y no supe qué hacer. Me fascinó. Esto fue antes de la Chabela. No fue amor. Fue un primer atisbo de sensualidad. De gustar de una mujer. De desear. Aun cuando no tuve conciencia de ello. Solo recuerdo que pensaba todo el día en ella y la asociaba con el color azul.
Frente a la galería estaba el jardín. Era una verdadera aventura para mí entrar en él. Era como meterse derechamente en la jungla. Como era chico y me costaba caminar todo era con esfuerzo, con la fuerza

3
que ponían los exploradores en las películas. Desgraciadamente después aprendí a ponerle demasiado esfuerzo a todo: neurosis. Cuando digo “neurosis” digo una visión distorsionada de la realidad: era incapaz de ver lo obvio. Y me costó mucho recuperar una mirada real. Y me di cuenta de lo hermoso de la vida. Ojalá recuperara ese mirar de niño. La época en que la brisa de la primavera estaba incorporada a la vida misma. Me daba cuenta sin darme cuenta. ¿Se entiende?. Por ejemplo, el calor del verano en la galería. Lo sentía de una manera que muy raramente he vuelto a sentir. A veces cuando hago un esfuerzo tremendo. O a veces sin esfuerzo ninguno, aparece un atisbo de ese calor, de ese sentir como niño. ¿La búsqueda de la felicidad será la búsqueda del sentir como niño?. Yo soy feliz cuando siento como los niños. Cuando me entrego como lo hacen ellos. Igual que los perros. Ahora, más viejo, me he puesto más calculador. No me gusta. Me gustaba más cuando la pasión, el romanticismo me
inundaba. Me sobrepasaba. Ahora soy más fome, más frío. ¡Y no me gusta nada!!

4
Creo que puedo sentir las mismas sensaciones que en ese entonces sentía: ese calor del corredor del que hablo mas arriba; el sabor de la
fruta que sacábamos de los árboles; El olor a la paja rubia y suave de la era (la siento en mis manos al recordar). El maravilloso olor a humo que cuando lo siento hoy me baja una nostalgia y desesperación a la vez que alegría. La tierra mojada; los cerros a lo lejos; los atardeceres y las noches de luna...
Pero recuerdo con un dejo de amargura que me lastima. ¡Ah, me gustaría tanto recordar con alegría!. Porque habían momentos de infinita alegría. Pero eran en soledad... hasta que llegó ella: pequeña, pero firme, suave y fuerte a la vez. Tenía ese color mate- miel de la campesina chilena. Irradiaba una especie de luz tenue, como la luz de la luna llena en un campo silencioso. Pelo negro, Senos firmes y erguidos y piernas torneadas Transformó mi vida para siempre. Nunca más volví a ser un niño... ¡Y sin embargo nunca fui más inocente que en esos momentos de amor!. Recuerdo esas noches en que nos quedábamos tomados de la mano hablando cualquier cosa. Yo aprendiendo por primera vez a tratar a una mujer, con una mezcla de

5
fascinación, miedo y felicidad y ella encantando sin darse cuenta, encantada encantando. El tiempo era infinito. No existía.
Hasta que se fue a trabajar a la parcela de al lado. Empecé a ir a la esa casa a verla furtivamente porque no me la dejaban ver. A través de la reja de la puerta nos tomábamos las manos. La amaba intensamente. El jardín lleno de flores que esparcían sus perfumes al atardecer nos daba un toque de romanticismo y tristeza.
Un día me contaron que se había ido a Santiago. Después de 14 años de no saber absolutamente nada de ella atiendo el teléfono en mi casa de Ñuñoa donde nos habíamos ido a vivir y reconocozco sin reconocer su voz. Sabía pero mi razón me decía que no podía ser: “¿Eres tú?”. “Sí soy yo”. “¡Pero no puede ser!”. “Sí, soy yo”. Fue maravilloso, pero con dolor debo decir que no fue tan maravilloso como entonces. Yo ya no era ese joven inocente y ella había perdido algo, sólo algo de esa luz suave que emitía.
Algunas veces vuelvo a ver esa luz. En los ojos de mis hijas, de mi esposa, de mi vieja madre, de mis perros y rara vez en el espejo del baño cuando me afeito.