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Quizá nunca lleguéis a leer esto. Incluso si lo hacéis, puede que no lo entendáis. En esta oscura cueva es difícil escribir. Además, hace frío y tengo los dedos agarrotados. Pero necesito permanecer escondido. No hay otra solución.
Si leéis esto, esta es la historia de todo lo que salió mal.
Me crié en el seno de una familia acomodada de Madrid, entre pistas de esquí en invierno y barbacoas en el jardín en verano. Fui a los mejores colegios. Cuando acabé los estudios obligatorios, estudié telecomunicaciones en una de las mejores universidades privadas del país, y me doctoré en Nueva York. Ahí empezaron los problemas.
Mi doctorado consistió en la construcción de un prototipo de teléfono pequeño y sin cables; con el que poder comunicarse desde cualquier parte. Primero se llamó prototipo T-100900; después, cuando tomó forma, pasó a llamarse teléfono de bolsillo; y, por último, cuando salió al mercado, se le bautizó con el nombre de teléfono móvil.
El invento revolucionó el mercado de las telecomunicaciones. Los móviles comenzaron a venderse por cientos, por miles, por millones…llegó un punto en el que la media era un móvil por persona. Así, en España había cuarenta millones de teléfonos circulando; en China, cien. En el mundo, miles de millones de T-100900.
El teléfono móvil se hizo imprescindible, y una de sus funciones- los mensajes cortos- se convirtieron en el ABC de la comunicación.
Poco a poco la gente fue usando los mensajes para quedar, para preguntar como le iba, para hacer transacciones bancarias, para hacer el amor…las personas dejaron de hablarse. Así, si dos amigos se cruzaban por la calle, cada uno seguía su camino y, al instante, vibraba el teléfono del primero y podía leer en su pantalla: “Hola, ¿qué tal?” Treinta segundos después el segundo amigo tenía la respuesta: “Bien, ¿y tú?”
Las televisiones dejaron de emitir, la gente veía las noticias a través del móvil. Los cines cerraron, no tenía ningún sentido ir a las salas cuando podías bajarte películas.
Ante esta deshumanización, las autoridades ( las pocas que no habían sucumbido ante el artefacto) buscaron una cabeza de turco. Yo.
Se hizo campaña contra mi persona. La imagen más descargada era un salvapantallas en el que aparecía mi cara con un letrero que rezaba: “wanted”. Todo el mundo comenzó a buscarme. Querían borrarme del mapa.
Y de alguna manera lo han conseguido, porque donde estoy es un lugar extraño, perdido en algún rincón del planeta.
Oigo ruidos. Veo las sombras que producen las antorchas. Me han encontrado. Es el fin.

Texto agregado el 30-01-2005, y leído por 185 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
01-02-2005 Excelente trabajo. Una reflexión llevada a un extremo al que no falta nada para llegar. Mis estrellas. saraeliana
31-01-2005 me gustó tu reflexión, realmente es algo que los teléfonos celulares han provocado, y me ha llegado a pasar eso que mencionas de los amigos, jejeje. pero bueno, pienso que le puedes dar un mejor final. saluditos. lorenipo
31-01-2005 Quizá no sea el fin: si piensa rápido podría ser el creador de otro invento alienante.Yo le daría otra oportunidad...o no. Saludos! darken
30-01-2005 bastante entretenido, pero creo k prodias ponerle mas fuerza al final kamyla
30-01-2005 se podia alargar mas la historia .es una idea genial y bien contada..mis 5 estrellas... kasiquenoquiero
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