Querida Andrea:

Pensé que nunca llegaría el momento en que te tuviera que escribir esta carta. Siempre has estado a mi lado, apoyándome en todo. Y, cuando algo iba mal, me hacías resurgir de mis cenizas como el ave Fénix. Había una mínima esperanza. Algo a lo que aferrarse.
Pero esta vez todo es distinto. Aquí todo está a oscuras, no veo el más mínimo destello de luz por ninguna parte. Me he perdido para siempre. No estés triste por mí ni me guardes rencor. Sé que es mejor así.
Sólo te pido que me recuerdes como era hace un año, cuando todo iba bien, y no como desde entonces hacia acá, ya que lo único que he hecho es dejar que pasarán las horas y vagabundear por la vida a la espera de… no se, supongo que no esperaba nada en concreto, simplemente que pasara el tiempo.
Quiero que sepas que eres la persona que más feliz me ha hecho y, que sino hubiera sido por ti, seguramente habría tomado antes esta decisión. Has sido mi fuerza diaria durante todos estos años.
Por todo te doy las gracias.
Antes de irme un último favor, el más importante de todos cuantos me has hecho; perdóname por esto.
Te quiero.
P.D.: Siempre dije que suicidarse era de cobardes, pero nunca dije que yo no lo fuera.