Cierto genial artista era ciego. Es quien más he admirado como escritor.
Una genial cuentera de por aquí tiene un nombre que la sugiere muda, como la letra que la nombra. He escuchado su voz leyendo un texto. Sus escritos la desmienten: me gritan, me dicen tanto, que no puedo dejar de admirarla como escritora...
Usé el presente perfecto, sí. "I have heard her".
Quizás porque escucho una y otra vez su voz diciendo "Si esto no es bueno, yo soy..." La sigo oyendo desde entonces.
El trabajo que le escuché leer era de Melina, quien, aunque no le guste, también es para mí una referente, modesta, aún cuando no tanto como ella misma.
Ante una ceguera y una mudez sugerida, mi parte primitiva me dice que también debo carecer de algo...
Me queda el recurso de ser alguien frío; que, por lo demás como persona no me ayuda y como escritor no creo que me haga destacar tampoco. A veces los más fríos entre los fríos escriben textos exclamatorios, declamatorios claro, y no: la pasión es fingida.
Y su elocuencia, prestada.
Me queda la opción de la sordera a todo elogio, todo comentario, o cualquier crítica.
Pero eso no hablaría de mí como autor.
Me queda la opción de perder el gusto. Pero no escribo con la lengua si bien, a veces, lo parece...
Y degustar, paladear una idea, no deja de ser una falaz metáfora...
Quizás deba perder el tacto para conseguir escribir hasta que duela, hasta que me escarifique entre el índice y el pulgar. Y que el dolor físico se derrame en la página, y se transporte de modo mágico al lector...
Pero nunca creí que el escribir doliera. Y eso, se nota.
Dejar el alma por inspirarme jamás me ha dado resultado. Intentar un texto por que sí tampoco. Es tan esquiva la inspiración...
Sólo el insomnio me ayuda.
Pero con frecuencia sólo es una noche estéril lo que me queda al amanecer.
Miro por mi ventana, y tengo los ojos enormes del que espera ilusionado la revelación, el fugaz instante en el que su mayor obra empiece a ser concebida.
Sólo soy un niño.
Miro una vez y otra, como el enamorado puntual que no comprende el motivo de la tardanza del otro... Nada pasa.
Y quizás ahora empiezo a darme cuenta que esta reflexión es también un texto escrito, mi mensaje en la botella...
Un entrenador me dijo que en la vida todo es uno por ciento de talento y el restante noventa y nueve sudor.
Quizás no sea menester carecer de nada para escribir.
A veces me olvido que de la nada, nada surge y nada puede retornar.
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