Él venía. Dentro de tres meses. Ya le habían sacado la entrada para verlo. Ella empezaba el tiempo de descuento.
Estaba acostumbrada a ser una espectadora peculiar: se sentara donde se sentare, el artista parecía verla sólo a ella, en la oscuridad del teatro, y daba todo el recital mirando fijo en su dirección.
Le había sucedido con diversos artistas. Cuando, en lugar de recitales, se trataba de obras de teatro, en cuyo caso los actores estaban obligados a mirarse entre sí, y no podían perder la vista eternamente en la platea, ella esperaba a que terminara la función.
Entonces, cuando el protagonista salía a saludar, le tiraba un beso. Lo habitual era que el actor en cuestión se quedara mirándola, atónito.
Pasaron los tres meses. Llegó el día. Fue al teatro.
Le habían sacado entrada en un lugar algo alejado, por lo que temió que el "efecto teatro" no se diera esta vez.
Falsa alarma.
Al término de la función, el cantante llamó a varios de sus colegas, que estaban en la platea.
Entonces, mirándola de frente, pronunció su nombre, y dijo: "Para ti, que nos inspiras en secreto hace tantos años".
La gente no advirtió a quién se refería. Pero el halo que la rodeaba, y que sólo algunos conseguían ver, estalló en mil colores agradecidos. |