Primera hora de la mañana. Los últimos búhos con forma humana se dirigen a sus cuevas con tejado en espera a que caiga de nuevo la noche. Comienza el espectáculo.
Las obras de al lado de mi casa siguen su ritmo. Máquinas excavadoras ensordecen mis oídos. Taladradoras gigantes perforan el suelo al ritmo de la novena sinfonía. Los obreros colocan las vallas amarillas para impedir que la gente tenga un accidente. “¡Mohamed ahí no coño! ¡Al otro lado! ¡Joder con los moros que torpes que son!” Grita uno. “¡Eso si es carne y no lo que echa mi parienta en el cocido!” bocifera otro.
La calle, medio dormida hace apenas unas horas, aparece ahora infestada de vehículos. Rugen los motores. Semáforo en verde. La gente pita impaciente. “¡Vamos que nos dan las uvas esperando!” Suelta por su boca un energúmeno. “¡Mujer tenias que ser!” Añade otro. Semáforo en ámbar. Los automovilistas aceleran para evitar parar de nuevo. Semáforo en rojo. Un conductor no puede frenar. Choca de lado con otro coche.
“¡Mi coche! ¡Que sólo tiene dos meses! ¡Estas ciego o que!” Espeta el afectado. Los automóviles aparecen cruzados en medio de la carretera. Los demás no pueden pasar. Comienzan los pitos. Primero uno a uno. Después al unísono. Estamos en el carnaval de Brasil.
Llega la grúa. Apartan el coche de la vía y cada uno sigue su camino.
Aparece en escena el camión de la basura. Cogen un cubo, lo vuelcan y lo dejan en su sitio. Cogen otro cubo, lo vuelcan y de nuevo a su sitio. Cogen otro cubo… y mientras tanto el mecanismo de trituración del camión sigue su ritmillo. Esto es Heavy metal.
Primeras horas de la tarde. Los chavales más jóvenes juegan por las calles. Hoy han comprado petardos. Tiran un par de ellos para comprobar su calidad. Uno de ellos cae cerca de un coche nuevo. Salta la alarma. Una pareja de veinteañeros se besa apasionadamente, se apoyan en otro coche y…salta la alarma. Hace calor. Salta otra alarma. Es música electrónica.
Unos inmigrantes venden cd´s piratas en la bocacalle del metro. La policía hace su ronda rutinaria. Ven a los “sin papeles”. Encienden las sirenas y van a por ellos. Comienza la persecución. Tres calles más para abajo los dan caza. “¡Policía racista! ¡Yo no he hecho nada!”
Va cayendo la tarde. Las terrazas de los bares están a reventar. Se entrecruzan conversaciones, pero no se oye nada concreto. Es un gran murmullo. Son las olas del mar… en pleno huracán.
Se acerca la noche. Los búhos salen de sus reductos y se dirigen hacia las discotecas de moda. En las colas de éstas la gente habla sin parar. Más olas. Llegan coches con la música a todo volumen. Aparcan a un lado y se unen a la fila para entrar. “¡Que pasa tío! ¡Que fiestón nos espera!” Sentencia uno. “¿Sabéis de alguien que pase?” Comenta otro.
Las horas pasan. La borrachera aumenta. “¡Miradme, soy Espartaco!” Dice uno al borde de la intoxicación. Cae al suelo. Queda semiconsciente. Algunas chicas gritan. Los chicos dicen que no pasa nada. Llaman a la ambulancia.
“¿Tú que haces mirando a mi chica?” Pregunta uno. “¿Qué pasa, tienes algún problema?” Le contesta. Insultos. Amenazas. Comienza la pelea. Gritos. Golpes. Llaman a la policía.
La ambulancia llega a la par que el coche patrulla. Que bien, vienen con las luces de discoteca. Y esa música de sus sirenas… es lo más in del momento en las pistas de baile ibicencas.
Se llevan al borracho al hospital y a los dos jóvenes a comisaría.
Comienza a amanecer. Silencio. Suena el despertador. Por fin es lunes.