Paredón... ¿y después? Ladrillo sobre ladrillo te construyeron, estanca y olvidada estructura en la cual algún soñador ideó un palacio. Trunco proyecto de escuela, hospital o simple y acogedor hogar donde alguien observaría crecer sus pequeños.
Lejos de todo aquello, te encuentras allí. Solitario, no hay otra cortina de material en los alrededores. Como si la tierra donde te plantaron estuviera maldita. Años de desolación, de no ser por ellos. Ocasionales visitantes que posaron su espalda en tu fría superficie, mirando fija la luz de la justicia. Nadie te pintó con alegres y vivaces colores, sino que fuiste tiñéndote con la roja esencia que brotaba de los grandes y desgarrados poros.
No hubo en tu piel la firma de un enamorado, declarando sus sentimientos a quien le quita el sueño por las noches. Ni siquiera una pareja que se posara ante tu cobijo para actuar como animales en celo, con sus cuerpos tibios y el placer emanando de su respiración, de sus labios. Nada de eso, ni un niño te ha intentado derrumbar con su pelota recién comprada. Y dudo que haya podido, pues albergás en tu interior las duras balas que hicieron tumbar al más rudo de los hombres.
Condenado a permanecer al margen de la vida, a ser el último andén en el viaje de aquellos que cometieron el terrible error de pensar distinto, o tan solo la enorme zoncera de caminar o permanecer en el lugar indicado a la hora de la cacería. Los ruegos vanos atravesaron una y mil veces tu inmutable presencia. Los cuerpos destrozados por las ráfagas de la libertad, de los divinos justicieros que amaban dar el “tiro de gracia”.
Cerca tuyo se encuentra ella, tu hermana. Profunda hendidura en la tierra, aquella que tantas veces se transformó en un rojo y denso lago. Allí rodaban los caídos ante tus pies, para luego recibir el sepulcral y exorcizante manto de sal y alquitrán. Cubriendo muerte y la culpa de un sistema que hizo todo para perpetrar su fórmula de odios y tiranía.
Sur... paredón y después.... la zanja eterna y pantanosa, refugio de los santos inocentes. Destino de algún padre, futuro doctor o simplemente un soñador de alma. ¡Que destino maldito has recibido, erguido paredón!, vos y tu eterna compañera. Imborrables recuerdos inundan el lugar. Si hasta aquel solitario y anciano árbol dice recordar por las noches la feroz cacería, los destellos y fogonazos, los gritos de terror, las súplicas por dioses. Si el pasto del lugar que crece vigoroso, alimentado durante años con pura muerte, trata de justificarse... “la culpa no la tiene el chancho”... repite el manto de grama una y otra vez buscando convencerse y alivianar dolores.
Y es que las noches son eternas, y no podrán tener paz jamás. Es la humedad que chorrean tus orificios la forma que has encontrado para llorar. Añorando ser derribado, para no ver nunca más esa zanja rojiza, ese pasto testigo. Para no ser otra vez protagonista de la película de heroísmo que escriben los crueles y dementes que son cegados por el poder. Es que el frío se hace helado con cada grito de dolor, con cada faro destellante, con cada hombre “Fusilado por el brazo firme del poder”.
Dedicado a todas las víctimas de fusilamientos, a los que cometieron la herejía de querer pensar. También en memoria a esos simples personajes que solo pasaban por el lugar donde el verdugo señalaba con su excitado pulgar las víctimas para el sacrificio. Y finalmente en honor a mí querido “Rodolfo Walsh”. “Conocer tu obra es conocer el origen mí pueblo, ese que ama mirar siempre para el lado que conviene, ese que nunca ve ni sabe nada”.
Damian |