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Caminaba entre matorrales, entre humo y alquitrán. Caminaba con la suciedad del mundo, con la barbarie de la vida. Caminaba, simplemente caminaba. Los zapatos ya desgastados, abiertos en bocaza, promoviendo sus dedos, contemplando, contemplando.
De pronto, la mano se extendió, se levantó, intacta en el tiempo y el espacio. Era una mano mugrienta, con pequeñas migajas de pan decorando los surcos de la suerte. Era una mano pequeña, de cortas uñas carcomidas por los dientes del hambre y la desesperación.
- la mano se quedó quieta.
De pronto, algo cayó, girando y girando, alumbrando su negro cobre, su azul plata, su rojo oxidado. Algo pendía del viento. Algo caía sin detener su rumbo. Era inminente. No había nada que hacer. Era la esperanza. Era el sueño de un buen Sándwich; era el anhelo de un buen café. Caía, sin remedio.

De pronto, un estruendo paró; el mundo se hizo pequeño y grande a la vez. El cielo se oscureció; tembló tanto que lloró.

La mano no se movió, intacta.
Mano, por qué no te mueves?

Que haces?
Desperdicio?
Basura?
Clamor?
Llanto?

Mano, cierra la empuñadura de tus dedos. Mano, te robarán.

Era preciso cerrar, era preciso guardar. El peso, pesaba mucho; pesaba más en los ladrones, pesaba más en las prostitutas, pesaba más en el hambre, pesaba más en el sueño. El peso, el maldito peso, la carga de la oportunidad, la mentira de la vida. El peso, el infeliz que lo arrojó. Por que no arrojó un Libro? Pendejo¡¡¡¡¡ por que el libro sólo te limpia el cul..... necesito comprar hambre.

La mano, en empuñadura, bajó por el precipicio del tiempo, voló hacia el abismo, negro, de hilos descosidos. La mano quería guardar fuera de sí, encargar a alguien, a algo. Encargó en el abismo, lo enredó entre los hilos sueltos y mugrosos. La mano salió vacía, por fin, con ansias de llorar, con ansias de más. Pero la mano no llora, seca lágrimas, corre el mugre. La mugre.

La mano llega a la cara. A los ojos desliza su manto de ternura y dolor. Las mejillas sienten su calor áspero, su tibieza fina, sus uñas lacerantes. Sus ojos, los más tristes del mundo, de un negro cenizo, de pestañas quemadas, de surcos prematuros, de arrugas ajenas, de dolor del mundo, de cansancio de la vida; sus ojos de obrero, sus ojos de madre, sus ojos, que ojos¡¡¡¡

Lloran.

Ojos, por qué lloráis?
Ojos, no cantáis?
Canta la boca.
Mis ojos no cantan por que se cansaron.
Mi boca no canta. Es muda de nacer.

La mano consuela la boca, consuela la frente, peina sus rizos, no negros, sí verdes, verdes del sueño en el parque, en las hojas secas, en el frío invernal. Sus cabellos, sus rizos que cuentan los cartones que la arropan.

La mano los toca y entristece. Enmudece también. Ya no quiere preguntar.
La mano sucumbe al frente del cuerpo, al frente de los harapos.
La mano comienza su labor, se eleva, se detiene, en el tiempo y el espacio.
La mano se escarcha. Se entume, ya no le importa el frío. Su dueña si tiembla, pero también se entume y no dice nada.
Y su otra mano?
Soporta el vapor obús de la boca, que exhala y exhala con aliento prieto, con sazón de calor; la otra mano quiere calentar el cuerpo, desde la mente, desde la boca. <

Mano, ya no hablas?
Mano, mano, tierna, dulce, mugre¡¡¡

Otra ves, la pequeña Dora y su mano se alista a pedir limosna.
Es una vida dura.

Texto agregado el 29-01-2005, y leído por 131 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
20-11-2006 Me gustó. MARIAOTILIA
 
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