“Cuéntame una historia” suplicaba Lucía, “no seas malo, solo una y prometo dormirme después”, continuaba ella, “Vamos di que si, di que si, no te tomará mucho tiempo, y al terminar podrás marcharte”.
Pero Gustavo no la escuchaba, él estaba ensimismado en sus propios pensamientos, incapaz de prestar la más mínima atención a aquella dulce voz que le pedía un poco de atención, solo lograba pensar en todas las cosas que tenía que hacer, y solo se limitó a responder mecánicamente “No, otro día será, hoy no tengo tiempo”.
Lucía no lograba comprender porqué las visitas de Gustavo eran cada vez más cortas y cada vez más espaciadas entre ellas.
Y ella seguía insistiendo, pero Gustavo se levantó de una forma tan abrupta y repentina que asustó a Lucía parando en seco sus súplicas. Él se agachó, le dio un beso en la frente que le supo amargo a Lucía, y le dijo un “te quiero, prometo verte pronto”, fueron para ella palabras dichas al aire, solo por decirlas y le sonaron terriblemente huecas.
Ella sabía que esa promesa estaba desde ya rota, y las otras dos palabras, ese “Te quiero” con el que se despidió no tenían ningún valor, no guardaban tras de sí ningún sentimiento.
- Hasta pronto, dijo Gustavo
- Te quiero mucho, repitió él nuevamente
- Yo también, le dijo Lucía
- Que te vaya bien papá, le gritó mientras lo observaba bajar las gradas y alejarse. |