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Como un viejo árbol que se complementa con su fruto, Kiri y su abuelo, departían la existencia de sus vidas en un bosque, en donde diariamente efectuaban largas caminatas, alimentándose de la naturaleza del bosque, y recogiéndose en las noches en una humilde cabaña que los albergaba. En las largas caminatas sentían, a veces, como si alguien los siguiera, especialmente en los momentos en que se disponían a descansar a lo largo del camino.
Y mientras la vida los hacía crecer y envejecer respectivamente, aquella compañía parecía hacerse más presente. Poco a poco, la vejez fue postrando más y más al anciano y, aquel niño, como el fruto de aquel árbol, comenzó a exhumar más y más sus mejores aromas y sus jugos frescos, para suplir y aguantar a aquel leño viejo que marchitaba. Y cuando el esfuerzo lo rendía, sentía con más fuerza la presencia desconocida de aquel “alguien”, que con paciencia los acechaba.

Una noche, cuando el viejo cuerpo del anciano se rendía, alguien tocó la puerta. Al abrirla, Kiri pudo ver a una hermosa mujer que con toda dulzura se acercó a los pies de su abuelo y, en un son de espera, demostró su gran paciencia hasta verlo morir. Aquella mujer, con un rostro bello y pacífico, parecía no alterarse de los sucesos que ocurrían en la alcoba.

- ¿Desea descansar señora? – Inquirió Kiri, respetuosamente.

- No. Son otros los que lo necesitan – respondió la hermosa dama.

- ¿Desea comer? - Preguntó nuevamente Kiri.

- Tu no puedes darme lo que yo necesito - le dijo calmadamente la hermosa mujer.

Kiri se acercó un poco a su abuelo y notó que éste había fallecido. Inmediatamente se puso a cantar la canción favorita del anciano para revivirlo. Pero, como nada sucediera, volteó hacia ella y vio su rostro límpido y pacifico, que inmutable lo observaba. Entonces, pudo observar sus ojos oscuros y vacíos, como un opaco túnel que se perdía en su interior.

- Eres tierno y dulce, como la canción que emana de tus labios pero aun así, me tendré que llevar a tu abuelo.

- ¿Puedo ir con vosotros? - preguntó el muchacho.

La señora acarició con mano fría al niño; mientras Kiri alzaba sus tiernos ojos para mirar mejor a esa mujer. Y fue en aquella mirada, llena de inocencia, la que iluminó la eterna oscuridad, que se profundizaba en los ojos de aquella mujer. Y fue el cruce de ambas miradas, la que hizo brotar, como una mariposa, el amor... La mujer no pudo resistir más y, abandonando a aquel niño, se llevó para siempre al moribundo anciano.
Y fue la inquietud solitaria de aquel niño la que lo hizo remontarse en aquel bosque en busca de aquella mujer que parecía no tener edad en el tiempo. Sentía que tarde o temprano la encontraría y, con aquella esperanza, la buscaba y buscaba, mientras ella lo esperaba y esperaba...

Y así pasaron los años hasta que una noche, sentado en medio del bosque sintió el aullido de un lobo, como si le anunciara la presencia de su amada.

- Hola Kiri – Fue el saludo cordial de aquella mujer.

- ¡Hola! – Respondió aquel joven – Te he estado buscando y buscando hasta que al fin nos encontramos...

- ¿Por qué me buscabas Kiri? - preguntó, dejando en sus palabras una estela plateada en el alma del niño.

- Porque te quiero señora - le dijo Kiri, con sus ojos llenos de amor -, pues veo en ti el consuelo y el descanso de todos los dolores, eres como la noche que llega y lo borra todo, como la esperanza de un nuevo día... - La muerte escuchaba al niño sintiendo el calor de la verdad que brotaban de aquellos tiernos labios.

- Te amo Kiri - dijo la muerte - Aún así, no puedo llevarte. Ten mis alas... Te libero del dolor y canta tu dulce verdad que brilla en tu puro corazón. Sé mi hermano... - Cerraron sus ojos, y dulcemente la muerte lo besó.

La mujer desapareció en las profundidades de la oscuridad, y Kiri quedó solo. Cuando se levantó sintió que de sus brazos brotaban bellas alas, el frío y el calor de su cuerpo se habían ido... Todo olía a paz. Sonrió y, poco a poco, comenzó a elevarse hasta llegar a la cumbre de un árbol, se detuvo en sus ramas y observó que su pequeño cuerpo yacía sobre la tierra... De pronto vio que todos los animalillos del bosque se acercaron al cuerpo comenzando a gemir y aullar, como una bella y armoniosa sinfonía en el teatro de la noche. Luego, vio que las raíces fosilizadas de los árboles se acercaban hacia su cuerpo y, suavemente, lo abrazaron. Vio también que las hojas y las flores caían sobre él, cubriéndolo como a un dios. De repente, de las entrañas de la tierra se hizo un enorme forado, y las raíces llevaron el cuerpo, bellamente cubierto, hacia el mismo corazón del bosque... hasta que con un sonido estremecedor, todo se ocultó.

Kiri partió, y viajo por un lugar y por otro, y en cada lugar que pasaba, encontraba a los animalillos y dulcemente les cantaba, mientras acariciaba a los árboles como el rocío de la mañana... Y a los hombres, mujeres y niños, les susurraba las dulzuras de la vida... y el secreto de la belleza de la muerte. Luego, partía, dejando una estela dorada en los corazones de cada alma...


Texto agregado el 17-07-2003, y leído por 1056 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
26-10-2008 El comentario anterior es para otro de tus cuentos. Este lo encuentro maravilloso, muy bien escrito, que da una especie de consolación también a quien lo lee. Saludos. neige
26-10-2008 Sí, tienes razón, ¡qué cosas dios mio! A veces los sueños nos hacen asomarnos a ventanas que dan sobre mundos inquietantes. Disfruté la lectura, un texto que atrapa. neige
15-03-2006 es muy bonito el cuento, pero no me parece que tu mismo te comentes usando tus otros alias inakix
21-09-2003 Es un cuento magico. Saludos joeblisouto
 
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