A veces, la gente no sabe lo que hace. Me decían palabras desconsoladoras las que, como sarcásticas navajas, penetraban en mí pudiendo invadir hasta los más recónditos y desolados lugares de mi ser. He pasado mucho tiempo preguntándome qué les hace pensar que, con palabras tristes e hirientes, lograrían su objetivo: hacer caer a sus descuidadas presas en el más profundo remordimiento... Me dijeron palabras hirientes e insípidas, palabras secas e inertes, las cuales me destrozaron sumiéndome en tristes agonías temporales; me consideré un ignorante de la cura y simplemente me refugié en otros, quienes construían un círculo intocable para los hirientes. Aquel refugio era como una jaula; a veces llegué a odiarlo, sintiéndome atrapado y deseando salir de ahí para concretar mis fines y ser libre... a veces lo amaba; sabía que sin él no sería nada, que mis ideas de liberalismo y autonomía eran falsas utopías tentadoras las cuales rondaban mis pensamientos usualmente, y que jamás formarían parte de la realidad. También hubieron unos que me hirieron por los ojos, sin que ellos lo desearan, claro. Por culpa de aquellos, vi trágicas escenas en las cuales habían individuos que sabía que no habían formado parte de mi pasado. No los recordaba ni los conocía... me pregunto ¿por qué hay gente que me hace ver agrios espectáculos? ¿por qué tendré que guardar sus amargos rostros por toda mi vida en mis memorias, siendo que nunca los quise incorporar a mi vivir? Es que esa masa de personas conglomeradas y apresuradas como bichos diminutos, se llaman gente. La gente me hace ver cosas que nunca he deseado ver, cosas que no quiero incorporar en mí ni me favorecen en lo más mínimo... pero me hacen falta, de ellos depende mi jaula y a la vez tanto daño me hacen... A veces desearía no tener contacto con este mundo, perder mis formas ligadas a la tierra de relacionarme con la gente, y ser abstracto, no existir en su mundo, pero a la vez estar ahí. Para mí yo estaría ahí, pero para ellos no lo estaría... ¡todo esto es por culpa de ellos! . Mis estados degradan por culpa de ellos, hasta me siento derrotado y acabado por su culpa. Quiero ser nada, pero a la vez quiero ser todo, tenerlo todo y poseer nada. Deseo desplegarme de esta armadura que me hace ver acontecimientos despreciables y bajos, quiero largarme de esta jaula e irme a un recóndito lugar para estar solo y no verlos más... Pero a la vez deseo desplegarme y salir, permaneciendo acá con ellos para sentir el dulce sabor a miel de la venganza, ese dulce placer que he considerado por oscuro e inhóspito, pero que tanta curiosidad me provoca. Quisiera cumplir mis más sensuales y desgarradores sueños, esos que nos matan del miedo al despertar pero que siempre codiciamos. Sentir el fresco aroma de la venganza; mezcla de misteriosas flores e interesantes armonías... una mezcla realmente exquisita.