Antes de empezar a contarles mi historia tengo que decir que soy una persona con suerte. Sí sí, una persona afortunada, enseguida van a comprenderlo. Nací azul. Ya, comprendo sus caras de sorpresa y esas muecas en su rostro que demuestran cierta envidia hacia mi persona. Pero puedo entenderles perfectamente, yo misma no me atrevo a tener ningún hijo porque las posibilidades de que sea también azul son muy pocas, a pesar de que yo sea de ese color. Debería encontrar un hombre o una mujer azul pero es por todos sabido que los azules no suelen soportar ningún tipo de convivencia (ni siquiera la convivencia que supondría un revolcón en una cama o el rito que sería necesario para crear un bebé en el caso de aparearme con una mujer, no hace falta que lo explique, me consta que todos lo conocen). Pero la cuestión no es esa, ya he usado más líneas de las previstas para alimentar mi ego (lo siento por los verdes aceituna y los rojos oscuros pero no puedo evitar sentirme especialmente orgullosa de mi atractivo azul eléctrico con alguna pinzelada de azul oscuro). Sí, lo sé, lo sé, ya lo dejo. Esto empieza a ser aburrido, ¿verdad? Pero nadie dijo que la historia de mi vida fuera a ser divertida, las historias de las vidas nunca suelen ser divertidas, las historias de las vidas siempre son pedantes y superficiales. Retroceder suele ser un trabajo interesantísimo para quien lo experimenta y hastiante para quien lo recibe. Pero no me entretendré más, conozco mis tonalidades y sé que suelo andarme por las ramas más de lo humanamente soportable, si es que el adjetivo humano puede aplicársenos.
Mi vida empezó hace dos minutos. Para los que sean de otra tonalidad les parecerá algo exagerado, dos minutos... pero el motivo de este hecho es imposible de explicar. Millones de religiones tratan de encontrar alguna teoría sobre el ritmo del tiempo pero la fe aún no nos satisface, al menos a la mayoría que debotamente rezamos para que alguien nos explique algún día por qué las tonalidades azules vivimos a un ritmo mucho más acelerado que las demás. Esto de ser una tonalidad es mucho más complejo de lo que parece, y ser azul es más difícil de lo que piensan. Me envidian por vivir una vida llena de emociones, experiencias, gente, fiestas, velocidad... pero piensen por un momento el cansancio que esto supone. No comprenderan que con dos minutos esté tan cansado y sé que usted, sí sí, el marrón, está deseando terminar con esos eternos minutos que duran precisamente eso: una eternidad. Y no crea que no le entiendo, nada más lejos de la realidad. Le entiendo perfectamente. Pero el tiempo es el tiempo y se divierte gastándose a diferentes velocidades, así está establecido en nuestro círculo cromático y así seguirá hasta que un día el tiempo se termine y será entonces cuando todas las tonalidades moriremos a la misma velocidad. Será algo único, precioso. Pero hasta entonces yo vivo a una velocidad mayor. Ustedes estarán aún leyendo la primera línea, y yo tengo ya mil ideas en la cabeza que van paseándose frenéticamente, igual que frenéticamente pasan los diferentes acontecimientos por mi vida. Pero lo que yo les quería contar era una cosa que lleva molestándome durante muchos segundos. Verán, hace bastantes segundos me enamoré locamente de una muchacha fucsia. Sé que eso no nos está permitido, sé que nuestros mundos son paralelos pero incompatibles, lo sé. Pero yo corría por la calle Cinco cuando la vi asomada a una ventanita. Mi naturaleza es mi naturaleza y no pude parar, tuve que seguir corriendo por esa maldita calle y ahora no sé volver atrás. He hecho mil cosas hasta ahora pero sé que ella seguirá asomada a esa ventanita observando una realidad que le queda grande, una realidad que le queda grande. Tenía unos ojitos muy negros, raros en su especie, que miraban admirando la agilidad con que nuestros vehículos esquivan los obstáculos que hay en el camino. Seguro que sus padres la buscaban. Aún tengo en la retina esa expresión de sorpresa e ilusión que había pintada en su rostro... Lo que les quiero pedir señores es ayuda. Sí, necesito su ayuda. Necesito que alguien encuentre la manera de cambiar el mundo del tiempo. Necesito volver sobre mis pasos para volver a ver su imagen, necesito traspasar las barreras de este mundo, las barreras de esta tonalidad para aparecer en ese pasillo blanco que separa y limita nuestras ciudades. No me digan que es imposible porque esa chiquilla llegó allí de alguna forma, esa muchachita estaba en ese pasillo, observándonos, observándome. Nuestro camino se cruzó en un instante. Un instante que duró muy poco para mí, como todos los instantes de mi vida, fugaces, efímeros... Estaba totalmente absorta en un estado contemplativo, sintiendo la extraña sensación de haberse convertido por un momento en un ser atemporal. Y es que en el pasillo blanco el tiempo no existía. Con lo cual, pensándolo bien, lo que yo necesito no es cambiar la velocidad a la que transcurre mi vida sinó anularla. Todo por volver a ver a esa muchacha, lo hubiera dado todo por ella. Y viendo la indiferencia con la que me miraban la mayoría de rostros y la expresión de terror de una minoría (expresión que nunca pude llegar a entender) decidí arreglármelas sola. Y así lo hice. Respiré hondo, traté de fingir una serenidad inexistente y mientras imaginaba nuestra vida juntos en ese otro mundo me anulé, sintiéndome totalmente arrebatado entre los gritos de la multitud frente al desgarrador espectáculo que les ofrecía. Y mientras el carnaval de colores me rodeaba recordé que un hombre me dijo un día que el amor no existía.
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