A mis niñas, ellas saben quienes son (y sino, que pregunten).
***
Nacido con sangre real y heredero de un reino que ya no lo es. Así es como se sentía Galin en algunos momentos; pero recuerda dónde se encuentra y entonces también le viene a la memoria lo que es: un maldito ladronzuelo miembro de una pequeña banda de bribones. Su sueño quizá fuera alistarse en uno de los muchos ejércitos que ha visto, y lo haría si la mayoría de las ciudades-estado en las que ha pasado no hubieran puesto precio a su cabeza, obligándole a no volver quizá nunca más.
Ahora, frente a un pequeño precipcio en las montañas, contempla el atardecer; sus compañeros pueden observar (y observan) como su larga y oscura melena devuelve algunos de los breves destellos rojizos de la puesta de sol. Él les devolvió la mirada y entonces pensó: "Vaya grupo más variopinto." Y no se podía equivocar; ningún grupo podría tener miembros tan distintos unos de otros; volvió a fijarse más detalladamente en sus compañeros y pensó: "¿Cómo hemos acabado aquí todos juntos? Parece un capricho de los dioses."
Se encontraban frente a una cueva, la cual daba a unos túneles abandonados tiempo atrás por sus constructores; un compañero suyo decía descender de aquellos "hacedores de túneles", cómo les llamaban; su nombre era Eitur y era un hombre con una larga barba negra como la gruta más oscura que nadie hubiera visto; era mucho más alto que Galin (y Galin ya era de por sí bastante alto) y en tres veces más ancho de espaldas que él; parecía que nunca sonreía y era el bruto del equipo: tiraba puertas abajo, rompía vallas y cosas similares; era un alivio no estar contra él.
-Al rayar el alba -comentó Eitur-, entraremos en la cueva.
Todos le miraron, sobresaltados por su intervención inesperada. Una de las mujeres del grupo, cuyas femeninas formas se ocultaban tras una coraza ligera y que, llevando el pelo recogido, parecía más bien un noble adolescente delicado a una mujer madura como era, contestó:
-Quizá deberíamos, pues, rezar a los dioses y acostarnos; Serinde -dijo señalando a la otra mujer, que estaba ataviada con unas oscuras ropas de cuero y dejaba al aire su melena cuyo color era similar a las hojas en otoño- y yo dormiremos debajo de aquellos árboles de atrás.
-De acuerdo, Delnîn -contestó a su vez Eitur-. Yo dormiré dentro de la gruta -volviéndose a Galin-. ¿Y tú, muchacho?
-¿Por qué dormir ahora? Estaré despierto un poco más.
Y así fue.
En cuanto anocheció lo suficiente como para que se vieran tan sólo la luna y las estrellas, Galin se arrodilló para rezar.
De pronto, un ángel de oscuras alas se le apareció; Galin, sorprendido, se llevó la mano hacia el mango de su espada, pero el ángel, furioso, le paralizó con la mirada... Y habló:
-¡Estúpido mortal! ¡No sabes que secretos vas a desvelar! ¡Si te adentras en esa cueva, mi ira y la de mis hermanos caerá sobre ti!
***
Tal como dijera Eitur, al rayar el alba se levantaron y en pocos minutos se adentraron en la cueva. Eitur encabezaba la marcha, seguido por Delnîn, Serinde y Galin por ese orden. Tras varias horas de recorrido, de encrucijadas y de vueltas hacia atrás, las antorchas comenzaron a apagarse. Vierin algo caer del techo.
-¿Qué es? -preguntó curiosa Serinde, cuya voz cautivó a Galin una vez más.
-Es... Parece... Una pluma -contestó Eitur-. Una pluma negra.
Se oyeron unas pisadas.
-Están aquí -murmuró Galin.
-¿Quiénes? -preguntó nerviosa Delnîn.
-Pues...-Galin no pudo continuar la frase, puesto que una fría y viscosa mano de largos y huesudos dedos le tapaba la boca, tirándole hacia atrás y adentrándole en las tinieblas.
Oyó ruido de espadas y gritos de guerra; después gemidos de dolor provenientes de sus compañeros; al final, no oyó nada.
Una lágrima brotó de sus oscuros ojos: Estaba solo...
Solo y asustado. |