Me palpé como chiquilla guardando junto a Anita la cola del racionado. El boca a boca aterró durante aquel verano nuestros miedos infantiles. Un viejo carbonero que alababa a su nieto muerto, habló de comandos alemanes vestidos de curas lanzados sobre un país llamado Noruega. A su lado un murmullo temía la inmediata caída de paracaidistas sobre Inglaterra... En el cobijo de la noche secuestrarían a jovencitas inglesas para sus granjas de hacer niños en los bosques de Alemania. Tan sólo nosotras conocíamos nuestro secreto, encontrado cerca de un campo de entrenamiento del ejército. Dormíamos en noches alternas con una bomba de mano bajo la almohada. Si algún día llegaban los alemanes... Aquella noche de agosto Anita vio entrar a un soldado en su habitación. Era su papa.