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-...Puedes pasarte horas andando por el bosque, o simplemente sentado contemplando cómo recorre el sol su camino entre las ramas de los árboles, y no ver, ni oír, ni presentir nada. Pero un día de repente, ¡zas!, ahí están. Generalmente sólo es uno el que aparece en un principio, pero si no te mueves y haces como si los ignoraras, puedes llegar a ver hasta cuatro. Al menos ése es el número que pude contar en una ocasión... desgraciadamente la única.- Con palabras como éstas, mi madre conseguía que mantuviese la calma durante el tiempo que necesitaba para concluir las tareas de casa, evitando así que le estorbase. Debía tener casi seis años, y mi curiosidad sin límites le apremiaba para que continuase con su relato. Entonces ella me decía: "Siéntate, calla y escucha". Y recomenzaba, bajo la atenta mirada de aquella niña pequeña, su narración, una historia tocada por lo que yo creía una gran fantasía. ... Erase una vez una niña como tú, quizás un poco más mayorcita. Le encantaba perder el tiempo en compañía de los árboles, de los pájaros, del viento... Su vida transcurría entre las obligaciones diarias y unas largas y placenteras estancias en el bosque que rodeaba su casa. Se sentía un ser especial. Muchas veces había hablado a sus compañeros de clase, cuando aún asistía a la escuela, de lo bien que se lo pasaba sola en aquel bosque, aunque siempre la miraban burlones y se reían. Todo aquello no lo entendía muy bien, pero le daba lo mismo; se sentía diferente y no le importaba. Cierto día, algo llamó su atención, era un ruido que le hizo volver la cabeza. En muchas ocasiones había tenido encuentros fortuitos con animales que habitaban entre los árboles. Pero algo le decía que aquel sonido no era de ninguno de ellos. Como si de un juego se tratase, saltó girando de golpe, y lo que pudo ver por un segundo tan sólo, le dejo sin habla. Fue brevísima la visión, pero estaba muy clara: un duende, pequeño como un ratón, se escondía detrás de un gran árbol, y ella lo había visto. Sabía que no podía cogerlo, pero se dirigió lo más rápidamente que pudo hacia aquel lugar. "Te pillé", le dijo, pero ya no estaba allí. Pasaron días y días, semanas, incluso meses, y no conseguía verlo otra vez. Aun así, sabía que allí se encontraba, y seguramente no estaba sólo. Su querida abuela le contaba muchas historias de duendes y hadas, y por eso la pequeña, tratando de averiguar, le preguntaba insistentemente sobre aquellos cuentos. Tanto perseveró en el tema, que llegó el día que la buena mujer quiso saber el motivo del interés excesivo de su nieta, pero no logró sacarle ni una palabra ni media. Creía la niña que, como en las viejas historias que le narraban, si guardaba el secreto de su misterioso encuentro, lo salvaría de todo mal, consiguiendo así, posiblemente, ver de nuevo a aquel duende. Seguía pasando el tiempo, y nada. Pero no por ello perdía las esperanzas de volver a ver al pequeño ser, cazado por su vista de aquella manera tan rara. Y aunque a lo mejor no te lo creas, el tiempo le proporcionó una nueva oportunidad, que vivió con mayor intensidad y emoción que la vez primera. Cierto día, sintió como un estremecimiento que le llegaba muy dentro del alma. Y, ahí estaba. Pero no estaba solo, pues tres más iguales a él le acompañaban. No se asustaron, sino que cuando ella se acercó para decirles algo, se fueron, despidiéndose con la mano mientras se alejaban. Ya nunca más logró verlos. Pero, ¿sabes, querida mía?, no me importa, porque sé que allí siguen todavía. Tal vez algún día vuelvan a aparecer, hija mía. Por eso quiero que tú lo sepas, para que si en alguna ocasión te los encuentras, puedas decirles, por mí, que no les olvido y que guardaré su secreto por siempre, con todos menos contigo, que para eso eres mi niña del alma... Siempre concluía del mismo modo, y no cambió nunca ninguna parte de la historia, por eso, con el transcurso de los años, he llegado a creer que quizá fuera cierto lo que me contaba. Pero por más que me pierdo por entre aquellos bosques, nunca he podido ver ni oír nada de nada. Sólo de vez en cuando siento como un estremecimiento que me conforta, y aprovecho ese momento para decir a viva voz: "De parte de mi madre que continuáis en su memoria, que os quiere y no os olvida". Y siempre después de decir todo esto, una cálida brisa acaricia suavemente mi cara. Benicassim a 14 de abril de 2002

Texto agregado el 27-01-2005, y leído por 485 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
01-06-2005 exelente cuento, muchos crecimos con historias que aun creemos realidad. besos. rumpelstinsky
29-01-2005 Un cuento de duendes que de madre a hija se va trasmitiendo siempre igual y va internalizándose en el recuerdo como una suave caricia que perdura. Mis estrellas y un gran abrazo. Shou
27-01-2005 MUY FUERTE, HERMOSO TEXTO!! katya
27-01-2005 MUY FUERTE, HERMOSO TEXTO!! katya
27-01-2005 Me emocionó mucho este relato, es bellísimo. Mis estrellas y hadas para tus duendes mágicos!! Magda gmmagdalena
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