Inicio / Cuenteros Locales / emmaria / Destino Interrumpido, Capítulo V
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No más de dos cartas habíales enviado desde aquella ciudad estruendosa de luces perpetuas y atardeceres que no terminaban detrás del horizonte, sino detrás de edificios que aún conservaban balas incrustadas de la guerra interminable, ya no podía estar solo por mucho más tiempo, rodeado de toda aquella gente hermética y estresada por la política, la guerra y el ambiente citadino de dientes apretados y cortantes; se sentía más solo que el gran árbol en medio del cerro que vislumbraba desde su ventana todos los días, cuando despertaba con el primer rayo del Sol; lo veía como si fuese un soberano del horizonte, omnipotente, pero solitario, porque nadie estaba a su altura como para acompañarlo, él se sentía más solo que el árbol, porque ahí todos eran más altos que él. Un día la vio entrar en el taller de carpintería: era la típica citadina que veía todos los días en todas y cada una de las jóvenes de aquella ciudad ruidosa, con el cabello más lacio que una cascada de agua y grueso como los alambres de los gallineros; tenía la piel morena y era baja y escueta; portaba unos ojos oscuros y abismales y las extremidades cortas y carnosas; no se parecía en nada a ella, o al recuerdo de ella, pero ésa misma noche le llevó a su habitación moribundo y ahí la convirtió en ella; convirtió el cuerpo enjuto de aquella muchacha en la figura alta y estilizada de ella; convirtió su cabello alambrado en el liso, suave y desmayado de ella, y transformó esa piel morena y melancólica en su piel blanquecina, aperlada y brillante, se encontró con un éxtasis terrenal inimaginado antes y descubriólo como la experiencia más vivible y conjugable con muchos sentimientos, incluyendo el amor. Pero justo en ese momento, el amor que él sentía se había convertido en desesperación y soledad, locura por estar con ella y no con cualquier otra persona ajena y no amada. Fue entonces cuando se dio cuenta de que quería regresar a su pueblo y a su gente, y escaparse de aquellas guerras de política, amor y supervivencia superficiales y vacías. Tan pronto húbose recuperado de la experiencia extática, se levantó de un brinco de la cama y cada centímetro de su cuerpo viril quedó al descubierto de los ojos de la criatura anonadada aún por el placer y confundida en un remolino de sábanas usadas ya en muchos artificios de amores consumidos y olvidados. Él se vistió al darse cuenta de que le observaba con un pudor que no había experimentado nunca antes. Se sintió un desconocido más en una casa ajena (en realidad eso era). Sacó sus maletas roídas por el tiempo y empezó a llenarlas con sus tiliches de carpintería que cargaba todos los días y su ropa usada y gastada; los libros también los metió junto con el serrucho, el cepillo y la lija y se marchó del lugar con el dinero que había estado ahorrando en el escondite arcaico tras una de las cuatro paredes de su habitación, en un hueco que se cubría fácilmente con el extremo del pequeño espejo son marco colgado sobre el tocador. Ni siquiera se acordó de la joven desflorada que revisaba sangre en las sábanas y le dejaba partir sin oponerse ni decir palabra alguna. |
Texto agregado el 25-01-2005, y leído por 109 visitantes. (0 votos)
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