Seguramente sentada, mirando lejos, en busca de esa sensación tan propia al tránsito del río y al silencioso rugir del campo, pensarás en las facetas de la vida. Ora el presuroso y hasta alocado ritmo de la urbe; ora la pasividad y el olor a matas verdes, ese aroma calentano que pareciese retornarlo a uno a la vida y que sin embargo, no es más que un elemento de ésta. ¿El mismo mundo? Todo dentro de una gran unidad. Pues bien, en mi mecedora del tercer piso me digo a esta hora: el mundo sigue estando fuera, no sujeto a lo que cada quien quiera. La ‘racionalidad’ no determina el mundo, lo que ocurre es que constantemente los hombres tropezamos con sujetos y objetos que inciden en nuestros sentidos y en esa constante interacción se posibilita la concreción del conocimiento que tras los cambios de la realidad van... pero un momento, a que todo esto? No es fácil. Trato simplemente de registrar un hecho y la aprehensión de los hechos no es automática, es una suma de cosas, son factores diversos y aún así una habilidad que no te exime del error ... ¿Nuevamente? ¿Porqué tantas vueltas?. El hecho. El hecho es una ‘extraña sensación’ que me ronda. Es ese cruce de miradas, esos mensajes imprecisos, indescriptibles pero contundentes y efectivos del cuerpo, la impresión de duda que me produce el café soberbio de tus ojos y en todo caso la serena llama que develan, la mano imantada,... Tal vez aprehenda mal, más no habrá culpa de ello, pero si no, estaríamos experimentando la sensación de la orilla del río o la de la urbe, alguna intermedia entre ellas, mezcla de varias? No importa, aquí sólo quiero reseñar una sensación, un hecho.