Medianoche. Hora mágica como ninguna y transito de un día a otro. Pero para él hace tiempo que se cambió el concepto de día. Se dirige a un parque cercano a su ultimo destino. Allí se sienta y lía un cigarrillo mientras observa el paisaje urbano que le rodea: carreteras, fabricas y luces son ahora su compañía. De su bolsillo saca ahora un mechero con el que prende el cigarro. Le da una calada y cuando el humo abandona el calor de su cuerpo, se le puede ver una ligera sonrisa en su cara. Esta recordando, recordando ese último beso, el beso de despedida que a dado con tanto empeño a su particular cenicienta. Ese beso podía ser como muchos otros, pero no. Es diferente. Después de ese beso sabe que pasara una larga agonía asta el reencuentro con su dama. Puede que solamente sean horas las que pasen asta que la vuelva a ver, pero para él eso no es vida.
Pisa el cigarrillo y se levanta. Comienza de nuevo un camino, no sabe todavía su destino, pero avanza con la mente en otro mundo. Se cruza con gente a la que ni mira a la cara porque para el no hay nadie mas en esos momentos. De nuevo se lleva un cigarrillo a su boca. Esta vez lo saca de una cajetilla de una marca cara. Sigue su andanza. Llega a la zona de bares en la que antes se encontraba bien acompañado, se encontraba vivo y con ganas de decírselo a todo el mundo. Pero ahora solo es un alma perdida entre otras muchas que le parece ver. Levanta la vista del suelo y ve grupos de gente que se cree libre. Pero ellos no saben que como todos son esclavos. Una jovencita está devolviendo los excesos cometidos esta noche mientras un par de preocupadas amigas están con ella. Pero todo eso da igual porque volverá a repetirlo. ¿Las causas? Son muchas y muy variadas pero probablemente será mal de amores. Él entra a uno de esos locales de moda. Va vestido de gala: pantalones modernos ajustados, camisa y chaqueta son su uniforme. Normalmente lleva un aspecto más desaliñado. Pero hoy es sábado. Se a afeitado y peinado, todo eso simplemente para ser el más guapo para su diosa. Ella también iba divina. Su minifalda y su jerseicito de cuello ancho. Pero ella ahora ya no estaba. El se adentra en ese sitio en el que la mezcla de humo, fragancias y hormonas son patentes y saluda a gente que cree conocer, gente que cree que son sus amigos. De repente alguien le da dos toques en la espalda. Por fin alguien como él. Juntos piden dos tragos de algo que debería de estar prohibido por exceso de alcohol. Pero para ellos ahora todo da igual. Juntos comienzan a hablar. Hacen un extraño intercambio de objetos. Ríen. Conversan. Poco a poco se emborrachan. Llega ya la nueva hora, la hora de partida. Juntos abandonan el lugar. Comparten parte de su camino y despues de un abrazo, se despiden. Para ambos eso a valido mucho. Saber que están ahí el uno para el otro cuando a ambos les faltan sus musas. Llega a casa. Tras una llamada, un mensaje y dos besos a los que le esperan en casa, abandona su traje de faena y se acuesta, esperando que cuando despierte, ella cumpla la promesa que hizo después del ya mencionado beso:
-Hasta mañana.
De nuevo medianoche. él abandonó su cómoda posición reclinado en su silla al lado de su ordenador, para asistir a una cita con uno de sus muchos vicios. Abre la puerta que da a una pequeña terraza y saca un cigarrillo. Fuera esta lloviendo y el frío del invierno atraviesa sus ropas acuchillando hasta sus huesos. Había pasado la tarde con ella. Si, ella había cumplido su promesa y había compartido su tiempo con él. De nuevo se sentía vivo, se sentía el mismo. Pero de nuevo estaba solo, solo acompañado por aquella lluviosa y fría noche y aquello que poco a poco sabia que le mataría, pero eso ya daba igual. De nuevo daba igual. Se sentía vacío. Sin ninguna motivación por la que seguir en el plano terrenal. Afuera una pareja se besaba en el coche. Era un beso de despedida. Se preguntaba si esos amantes al abrigo de la calefacción excesiva del vehículo sentirían lo que en esos momentos estaba él sufriendo. Al rato otra pareja camina agarrada, cubierta de las inclemencias de la noche por un simple paraguas. Pero a pesar de las dificultades del ambiente sonreían. Él les entendía. Sabia lo que significaba el querer y ser correspondido de la misma forma. Apagando su cigarrillo en la barandilla húmeda del balcón y de nuevo entra en el acogedor calor de su hogar. Su madre le replica ese vicio es letal y fuma demasiado pero sigue haciendo caso omiso al mundo q le rodea. No volverá a vivir hasta estar a su lado. Despide a la gente con la q a mantenido conversaciones desde su pc, como no con el monotema de siempre: ella. Apaga todo. Besa a sus parientes antes de acostarse. Se acuesta y comienza lo más difícil. Innumerables recuerdos se agolpan en su cabeza. Unos son bonitos y a él le gustaría que no se acabaran. Pero también hay de los malos que le hunden aun más en su comida de cabeza. Esta noche va ser difícil dejarse caer en los brazos de morfeo.
Más adelantada la noche, aun sin haber conciliado sueño alguno, se levanta, bebe un vaso de agua y de nuevo regresa a su balcón y repite las mismas acciones de antes. Las nubes que llevaban la lluvia parecen haberle abandonado también, le consuela q el frío esté con él, porque éste callado amigo le recuerda que en otros momentos ha estado acogido por otro calor distinto al de su hogar, el calor de la que le hace cada día levantarse con ganas, con la única ambición de verla, de hacerla sonreír, de volver a sentir juntos la pasión q provoca ese condenado sentimiento llamado amor. Tira la mitad del cigarro echa un ultimo vistazo a la calle y se dice para si mismo que mañana será otro día. Entra en su ya desecha cama y nada mas apagar la luz de su mesita de noche y rezar sus súplicas a dios cae rendido abrazado por las sabanas a muy pesar suyo, de que no sean los brazos de ella.
Otra vez. A la misma hora ya conocida, una llama alumbra un rostro tras un chasquido. Una atmósfera naranja se extiende por encima de su cabeza, causa de los adelantos llamados por unos, contaminación por otros. Esta vez el su despertar a sido mas largo que lo normal causado quizá por la anterior noche o quizá por el pesar de saber que quizá hoy no la vería. Así fue. Pero el se negó a no saber de ella. Tuvo la necesidad de llamarla, oír su melosa voz entre las risas y comentarios de sus acompañantes de la salida. Con un qué tal, cómo estas y sus respuestas, él a podido aguantar el resto del tiempo hasta esta desdicha hora en la cual vuelve a su letargo, su coma profundo del que en ocasiones prefiere no despertar. Pero como cada mañana, un zumbido le despertará y como siempre se levantara con la misma intención de siempre: poder verla, besarla y entre sus brazos estrecharla para poder demostrarla así todo lo que le ama. Esta vez simplemente deja caer ese cigarrillo rutinario al suelo y ve como una cantidad de partículas incandescentes se separan de él. Él piensa en esos momentos que eso es lo que pasará con su corazón si ella decide algún día olvidarle o desaparecer de su vida. Que su mundo se derrumbará, la oscuridad se aferrara a su alma, ya no creerá poder estar vivo nunca más. Pero entra en casa, y saca fuerzas de esa cosa que llaman esperanza, la esperanza de que una mañana no se despierte con la misión de verla, sino que son el simple gesto de abrir los ojos la halle allí, frente a él, sonriendo.
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