La ciudad siempre amanece igual: Los rayos del sol luchan por abrirse paso entre la polución que envuelve el ambiente y al lograrlo, calienta el oscuro pavimento que cubrió el suelo donde alguna vez florecieron Dientes de León. La tímida mañana comienza a surgir evaporando las gotas de la noche anterior y con esta despierta también la vida hecha rutina.
Pero a las afueras de la ciudad, en lo suburbios, en los llamados “Barios populares”, la vida adquiere un matiz distinto. Hay mas naranjas, mas rojos, verdes, fulgentes amarillos. Allí la vida se vive al extremo y trémula camina al borde de la línea que la separa de la muerte. ¡La muerte!; otro transeúnte que deambula por las calles de estos barrios, y que de vez en cuando se detiene en las esquinas para esperar el paso de algún desprevenido. Allá si amanece distinto: Cuando el sol muestra su túnica amarilla ya muchos están despiertos y los que aun no lo están, los rayos, que se meten por los espacios, que dejan las cortinas de sus ventanas, les dan el saludo de los buenos días de Dios. Se encienden uno a uno los equipos de sonido y de sus parlantes se escuchan conocidos interpretes de Vallenatos o de Salsa, todo muy de acuerdo con el estado de animo con que se levantaron.
La alegría se despierta con ellos y contagia al mal humorado a causa de una mala noche, por la gotera que caía del techo de su casa produciendo un golpecito monótono, dentro de un recipiente metálico. Porque en la noche anterior había caído un torrencial aguacero y aunque muchos temían un deslizamiento de loa pared de tierra ubicada detrás del barrio, que un aluvión arrasara inclemente con sus casas, nada grave hacia sucedido. O al menos en la mayoría de casas ya que en la de Doña Celia, el llanto fue cosa de toda la noche porque John, su hijo menor, resultó muerto en una Discoteca. La Paraca había hecho de las suyas. –John, ¿por que Jhon?- era el lamento que contenían las paredes de todo el ámbito. Y en la casa de Antonio Puerta tampoco hubo paz esa noche, Fredy, su hijo no regresó a dormir; los rumores traían versiones de que él había sido el verdugo.
En esa noche la muerte, había jugado sus fichas negras, pero la vida a unas pocas casas tejió su delgada y suave tela. Eva Celina a falta de un hospital cercano y de recursos para asistir a uno, había parido a una niña, Carolina sería su nombre y aunque su llanto pareció algo fuerte ya que su cuerpo tan pequeño no parecía tener tal capacidad pulmonar, solo logró ser oído por Eva y su partera porque en las calles, caminaba el bullicio por la reciente muerte.
En tablas como en una partida de ajedrez se declararon la muerte y la vida, aunque la primera dejó mas hullas por su ruido, las dos fueron igualmente dolorosas.
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