Debía encontrar un relato que conjugase todas las secuencias que pasaron por mi mente, extraño, pero aún no lo encuentro. Quizás todavía perduro en el aire de tus besos como una esclava indisoluble del amor, acariciando el espejismo de tu cuerpo, tejiendo los senderos que me llevarían hacia ese espectro, o tal vez, mis pupilas se diluyan en el exterminio de tus ojos, ansiosas, decididas al ultraje. Libero mi piel en las secuencias de tus manos, bajo la noche que se declina en mi regazo, ante los labios impregnados de tu aliento como una llovizna que roza el celo del orgasmo. Afuera, la soledad de tus caricias intercepta el conjugar de las siluetas, en una mirada agazapada tras las fronteras del adiós. El mundo de mi ser aún sigue girando junto al tiempo, esfumado entre las bocas que inhalan los suspiros, callado, avieso, desconocido, aferrado al vuelo de otras lenguas para luego extraditarse en cada sentimiento. Todavía no comprendo la ofrenda del intento, el lenguaje de tu vida construyendo y no mis resistencias, el sabor de tan intensos sentimientos, la habitación sucumbiendo entre mis piernas como un cristal inmaculado, el frío envolviendo las entrañas, tu paz, este deseo que perdura en un soliloquio itinerante. Con la noche, una encrucijada de estrellas devela el influjo de mi sino, mientras fugaz, tu vida se diluye en el indivisible cosmos.
Ana Cecilia.
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