Anochece.
Y Enrique está feliz
Cae la noche
Y Enrique está contento
El sol se oculta
Y esta noche Enrique se irá de putas.
Porque hoy es un día especial
Es su cumpleaños
Enrique cumple 65 años
Y como nadie le regalará nada
(porque no tiene amigos)
Enrique ha decidido regalarse el irse de putas.
Como un señor
Nada de una pajilla junto al río.
(cuando era mocito, se iban Enrique y Esteban, su amigo, todos los días, después del colegio, tras el molino del río, donde se juntan las pajilleras.)
(Las pajilleras las hacían a dos manos.)
(Era mas barato a dos manos.)
(Pero al principio daba vergüenza: la mujer en el centro y cada uno a un lado)
(Enrique intentaba no mirarle la cara a Esteban, porque le daba la risa.
Esteban, cuando se corría, se ponía bizco. Pero no ligeramente bizco. Bizco como un camaleón. De hecho, en uno de esos momentos bizquiles, se le desprendió la retina del ojo derecho).
(Cuando había mucha gente, entre mozos, viejos y soldados, las pajilleras los aventaban con el trapo en el que se limpiaban las manos ellas y la herramienta sus clientes)
(A Enrique le dieron una vez con el trapo en la cara. Fue imprudente y se acercó demasiado mientras una pajillera agitaba el trapo)
(Lo agitaba porque la gente empezaba a ponerse pesada)
(Y le estampó el trapo pringado con la semilla de cien hombres en toda la cara)
(Lo peor no fue el asco)
(No)
(Lo peor fueron las risas que tuvo que soportar de todos los que le rodeaban: niños agitanados, viejos babosos y desdentados, bujarrones que venían a mirar, arrieros borrachos, las propias putarronas que no estaban trabajando en ese momento...)
(Así que Enrique no volvió a bajar al río)
Pero hoy es distinto.
Porque hoy se irá de putas como un señor.
Y como ya esta anocheciendo
Enrique se pone el traje de las bodas.
Los calzones nuevos
Se coloca el pelo esculpido con fijador y perfumado con Agua Añeja
Se arregla la corbata
Se limpia los zapatos
Se alisa una pequeña arruga del pantalón
Y sale a la calle.
Baja hasta la plaza. Entra en el bar de Arquímedes, que fluye como el Amazonas con Roque y con Felipe.
Toma un vasito de vino.
Que le ilumina las entrañas
Le alegra el cuerpo
Y le enciende el alma
(y es que el vino de Arquímedes es como un deseo de Año Nuevo)
(Pero embotellado)
(y con alcohol)
Con luz en él estomago, Enrique atraviesa la plaza, y tira por la calle de la Feria.
(La calle de la Feria está en cuesta abajo, y termina donde termina el pueblo, y comienzan las huertas que dan al río).
Y camina durante veinte minutos.
Pasando el pueblo
Pasando las huertas
Y se acerca a una casa, que está sola a la linde. (A la linde del camino y a la linde de una chopera que esconde el río)
Y nota que le tiemblan las piernas
Y que está nervioso como un chiquillo el día de su comunión
Y que está sonriente
Y que el corazón le late con fuerza
Y llama a la puerta
Y le abre Coquette
(la gobernanta de la casa, la madama)
(la jefa, vamos, la “puta superiora”)
Coquette es una mujer madura, hermosa, bastante gorda, embutida en un traje
verde y rojo. Recia. Cuando se ríe, lo hace de igual modo que cuando se corre. Enérgicamente. Y de manera generosa.
Coquette es una mujer espléndida
Coquette es una puta de buen oficio.
Coquette es una artesana.
Coquette se llama Francisca.
Francisca López, casada, 42 años, madre de tres hijos.
Enrique está radiante.
Y Coquette le recibe con una sonrisa.
En la sala de espera solo hay dos personas
Uno de los hombres es Sara, el arriero.
Al otro, Enrique no le conoce.
Y pasa una hora.
Y en la sala de espera ya solo queda Enrique.
(¡Que nervioso está!)
Se abre una puerta arriba.
Y una voz en la escalera dice “el siguiente”
Enrique se levanta
Y comienza a subir por la escalera
Y de pronto
Comienza a subir muy despacio
Escalón por escalón
Dándose cuenta
De que, casi tan delicioso como el placer son los previos
Y al final de la escalera, ve a la chica
Y parece un ángel
Un ángel de ébano
Un ángel de obsidiana
Un ángel de ópalo
Un ángel del color de la miel recién cosechada
Un ángel negro
(porque es de Namibia)
(y es hermosa como un ángel)
(pequeñita)
(de pelo rizado)
(enormes labios, pero finos y delicados como breva)
(hombros perfectos)
(pechos redondos, descarados, con pezones que saben mirar a los ojos de un hombre)
(y una voz de madera)
(una voz de madera cálida y áspera)
(como un brandy)
(Un brandy cálido y áspero).
¿Cómo te llamas?
Pregunta Enrique
Laya, responde ella (con voz de madera)
Pasa, le dice
Siéntate
¿Quieres que te lave?
No
Desnúdate mientras me lavo yo.
Enrique se desnuda de pie
Laya le espera en la cama
Sobre las sabanas
Ya desnuda.
Enrique se acerca a ella
Y el contacto de su piel es como acariciar oro viejo
Y ella es muy cálida
Y él es muy feliz.
Y el se pone sobre ella
Y siente como si atravesase una cortinas de terciopelo, al entrar en ella
Y ella se mueve como una diosa
Y ella gime en su lengua
Y dice palabras que el no entiende
Y el nunca ha sentido tanta belleza
Y él nota que se acerca
Y él nota que le viene
Y él siente que no puede aguantar mas
Y se vierte
Se vuelca
Se vacía
Se derrama
Se esparce en liquido sobre ella
Y ve un túnel
Y ve una luz
Y la luz le llama
Y cae sobre el pecho de ella
Y al poco tiempo, ella se da cuenta que Enrique se ha muerto sobre su pecho.
Y se asusta un poco
Pero, al mirarle a los ojos, ve la serenidad en el rostro de Enrique
Y se asusta menos
Coquette está tejiendo ganchillo, al lado de una mesa con faldillas. Hoy la cosa está floja. Menos mal que se acercan las fiestas, y la gente se anima más el día de la Virgen.
(En las fiestas de la Virgen, los hombres se animan y se acercan al burdel. En Semana Santa, vendrá la Guardia Civil para tirarlas al río. Ya se encargará don Alfonso de eso).
Coquette está sumida en sus pensamientos. Laya baja las escaleras, y se para. Francisca (Coquette) la mira.
- ¿Y a ti que coño te pasa?
- Se ha muerto, señora.
- Te he dicho que no tienes que llamarme señora... ¿quién se ha muerto?
- El hombre. El anciano
- ¿Pero tu que le has hecho?
- Nada señora. Prácticamente no hice nada. Si acaso, solo susurré y gemí
- Susurraste y gemiste... y no me llames señora te he dicho. Anda vamos arriba.
La cosa se pone seria, piensa Francisca. Aquí no le podemos dejar. El cura ya ha advertido que no piensa enterrar en sagrado a nadie que haya muerto en pecado Y a un cliente no se le puede hacer eso. Solo faltaría que fuese al infierno por irse de putas. Evidentemente, aquí no podemos dejarle. Así que Francisca sube a la habitación. Y ve a Enrique. Y realmente está muerto. Y Francisca piensa: “esta negrita, con piel de ébano y voz de madera, me va a traer problemas, con esa exacerbada sensualidad, y con el colesterol como lo tienen mis clientes”.
|