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Llevaba yo ya tres días en este hospital, y en la habitación, de las tres camas que habían solo la mía estaba ocupada. Disfrutaba de la calma que me brindaba la soledad; el dolor ya había disminuido, pero aún orinar constituía un terrible tormento y que por muchos días mas esta natural tarea me generaría el mas profundo temor. Faltaba poco para eliminar las calcáreas rocas que en su camino desagarraba en medio de un baño de dolor y sangre. Solo me animaba la intermitente visita de la enfermera, que por mis libros creía que era profesor, yo solo me conformaba con mirarla, seducirla en sueños…, si… El dolor era leve pero profundo.

Recién había pasado el almuerzo cuando mi tranquilidad se quebranto, un hombre mayor, tenia cincuenta años tal ves, entraba a la habitación sostenido por dos mujeres jóvenes y acompañado por otra enfermera. Lo acostaron con mucho cuidado en la última cama, junto a la ventana. La mía estaba de primera a lado de la puerta. Este hombre cuyo nombre no recuerdo, lo llamare don Benancio, y por un par de horas su conversación con sus hijas me distrajo, trate de dormir, y cuando parecía conseguirlo, una de ellas, la mayor creo, no paraba de hablar, remantando cada frase con una exagerada risa, la otra en ocasiones participaba de la conversación se limitaba a observar todo a su alrededor, como si no le gustara el lugar. Yo en cambio veía en ella una bellaza algo vulgar y bastante lasciva, le fui infiel a mi enfermera, pero solo por un momento, solo en mi mente.

Ya entrada la tarde entro otro hombre, bastante mayor, alto, delgado, negro, demacrado, se veía muy mal; curiosamente llego igual que don Benancio acompañado por dos mujeres jóvenes y con la misma enfermera, quien lo sentó en la cama del centro, pero esta vez sin las atenciones que tuvo con don Benancio, es más una de las mujeres, que eran las hijas de don Luís que así se llamaba el demacrado hombre tuvo que salir por vario minutos, quizás media hora o mas para buscar una almohada, al fin regreso con ella argumentando que la había tomado “prestada” de otra habitación. Para esta hora las hijas de don Benancio se habían ido ya y yo contaba con la compañía de mi madre quien no paraba de mirar a don Luís con cierta cara que parecía anticipar lo futuros y trágicos momentos que viviríamos lo de aquella habitación, la 304.

Las miradas de todos se dirigía a todos lados, en ocasiones las de don Luís se cruzaban con las mías, entonces podía ver el cansancio en sus ojos, como si la fatiga lo consumiera poco a poco, arrebatándole ese fuego vital; solo una vez con ayuda de sus hijas se levanto y camino hacia al baño, sus pasos no eran mas alentadores que sus ojos y por un instante pareció que fuera a quedar allí petrificado, inerte. Mientras don Benancio empieza a dar muestras de nerviosismo, se volteaba en esa cama, y no encontraba acomodo, finalmente planto su mirada al techo y se aisló de la realidad circundante. De vuelta en su cama don Luís parecía tranquilo, la enfermera que lo trajo no aparecía por ningún lado. Las hijas no paraban de renegar, de pronto la respiración de don Luís se acelero, se agito, su cuerpo presa de la desesperación convulsionaba, desesperación que contagio a sus hijas que entre gritos y llantos salieron a buscar ayuda, en un instante el cuarto estaba lleno de enfermeras, escena bastante particular después de que lo había dejado allí tirado hace horas sin dar muestras de preocupación por el paciente. A los pocos minutos entro un medico bastante joven, venia vestido de bata blanca y corbata, luego otro también joven y con la característica “pijama” azul que suelen vestir. Hablaban entre ellos, se alcanzaba a ver como se pasaban la responsabilidad el uno al otro por esa clara muestra de ineptitud, mientras la pusilánime enfermera conectaba cables sobre don Luís. Optaron todos por llamar a un medico veterano, lo llamaron, debían esperar un poco, paradójicamente estaba atendiendo un parto en ese momento.

Las hijas desconsoladas no paraban de llorar. Cuando el experimentado galeno llego le tomo el pulso, vio sus pupilas, reviso el electro, hacia preguntas a los asistentes les daba instrucciones, le daba masaje cardiaco al pobre agonizante, simultáneamente mi madre y mi hermano se iban, el acaba de llegar llevándome comida china, era obvio que no podía comer en ese instante, parecería que estuviera en medio de un show o algo así. Imagínense yo comiendo y unos centímetros a mi lado un montón de gente luchando por salvar una vida y de publico dos mujeres en llanto y un hombre que no paraba de mirar al techo y apretar su sabana con ambas manos como si rezara. Entonces la rechace. Yo no quitaba la mirada del rostro de don Luís, de su boca salían palabras sin sentido, llamaba a un hombre y repetía su nombre constantemente le pedía que lo esperara, al escucharlo las hijas aumentaron el llanto, explicaron que el hombre que llamaba era un hermano muerto de don Luís, poco a poco su desenfrenada respiración se fue apaciguando se detuvo y volvía de repente, así continuo un par de minutos, las hijas se abrazaban inermes buscando mutuamente la seguridad materna, entonces cruzamos miradas don Luis y yo por ultima vez, por que fue entonces cuando un profundo y desgarrador suspiro le quito el ultimo aliento de vida. El medico ordeno quitar todo, quedaban en ese instante solo dos enfermeras y el, el resto partió como queriendo lavarse la manos con su ausencia. Las hijas no lo aceptaban y exigieron mejor asistencia, alo cual el medico accedió y remitió a don Luís a un centro mas especializado, parece que aún luchaba por vivir, sus signos vitales eran casi imperceptibles, bueno eso era la esperanza de las jóvenes. Al cabo de unos minutos apareció una nueva enfermera, ella iría en la ambulancia con el medico encargado, cuando este llego, nuevamente, como en una monótona rutina, tomo los signos vitales, pero en medio de la sorpresa se apresuro a tomar de su bolsillo un papel donde especifica la situación del paciente, miraba el papel y tomaba la muñeca, y manifestó que no era necesario llevarlo a ningún lugar, la nuevas huérfanas refutaban la decisión generando un corta discusión la cual el medico puso fin que para que lo llevaban si ya estaba muerto, las jóvenes aún no lo aceptaban argumentando que aún tenía pulso y presurosas tomaron los brazos y con sus trémulos dedos buscaban una señal del inexistente pulso. No había dudas, Don Luís estaba muerto y yo lo vi morir, supongo que eso no era lo que el hubiera deseado.

Pero este no fuel el final de tan agitada noche. Comenzaban ahora los trámites funerarios; otra procesión porque desgraciadamente como todos deben saber esto implica una correría burocrática de cientos de papeles, formas y demás. Más complicado aún cuando esto ocurre de noche. Esta tediosa misión fue para las hijas más pesada debido a que se encontraban lejos del hogar y sin dinero, habían venido solo para que revisaran a su padre no a enterrarlo. En ese instante la solidaridad por las penas ajenas floreció y con algo de dinero que se recogió pudieron iniciar los trámites. Y allí quedamos don Benancio, la enfermera, el muerto y yo. La enfermera no sugirió dormir, don Benancio pidió que dejara la luz encendida, no le era fácil conciliar el sueño con un muerto al lado, además no paraba de mostrar ese nerviosismo, casi miedo, evadía mis miradas no podía yo ver en el mas que lo que su cuerpo expresaba. Dormí unos minutos. Me despertó el ruido que hacia los empleados de la funeraria chocando la camilla contra las camas, mientras los dolientes que no pasaban de cinco les pedían que tuvieran cuidado, no se les fuera caer. Era ya cerca de la media noche cuando se lo llevaron, no pude dejar de sentir un gran vacío, las hijas se despidieron de nosotros, nunca mas las volví a ver.

A la mañana siguiente, cuando me preparaba ya para partir, don Benancio contaba el poco común acontecimiento a sus hijas y pude por fin darme cuenta porque la actitud del viejo. Resulta que en la mañana del día anterior don Luís y don Benancio llegaron a urgencias casi al mismo tiempo, ambos acompañados por dos de sus hijas, y por la misma razón, diabetes y presión alta. Y vio con lujo de detalles como arrebataba una vida en un angustioso camino mortal una enfermedad que también recorría sus venas y cada instante de la ultima noche de don Luís fue como una macabra visión de su futuro.


A veces pienso que mi inesperada enfermedad fue únicamente para presenciar este singular acontecimiento.

Texto agregado el 24-01-2005, y leído por 112 visitantes. (0 votos)


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