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Un papá y sus dos hijos. Ellos corretean de aquí para allá y de allá para acá, se fijan en los asuntos más triviales y con su imaginación desbocada, los revisten de magia. Por ejemplo, el señor aquel que camina con paso firme, es un caballero andante, la niña que se asoma al balcón es una princesa que está atrapada por una oscura fuerza que bien pudiera ser ese señor gordo que adentro de su quiosco de periódicos, la vigila con particular celo y espanta a todo aquel que ronde por las inmediaciones. El padre sonríe, les contempla embobado, les compra helados y los deja correr como pequeños novillos por el césped de la plaza, mientras él hojea la prensa dominical.

Los niños corretean todavía en su mente, los soles se han deslizado consecutivamente por ese cielo movedizo, los gritos se fueron apagando para dar paso a voces roncas y formales.
-¿Y que será del señor Martínez, el vendedor de periódicos?
-Falleció hace varios años papá. Tú acudiste a su funeral
-Ah si. Y me acuerdo cuando ustedes corrían de aquí para allá y el me guiñaba el ojo y los asustaba cuando ustedes pasaban cerca del quiosco. ¡Como nos reíamos después! Pero lo que más me divertía era verlos correr y revolcarse en el suelo. ¡Que entusiasmo! ¡Que energía! Y que regaños nos llevábamos los tres cuando llegábamos a casa. Su madre los mandaba a bañar y a mi me amenazaba con prohibirme salir con ustedes de nuevo. Tiene mal genio tu querida madre.
-Tenía, papá, tenía mal genio.
Ah, si. Y yo los perseguía y luego los tres rodábamos en el pasto y allí nos quedábamos tendidos.
Los hermanos se miran y sonríen tristemente. El anciano va al medio de ambos, rememorando situaciones verdaderas con incrustaciones creadas por su mente imprecisa.
-Que lindo es recordar aquellos tiempos, cuando les compraba helados y golosinas y luego me sentaba a contemplar sus caritas sonrientes, embadurnadas de chocolate. ¿Adonde está el quiosco ese donde comprábamos los helados? Me parece que era en esa esquina. ¿Han visto ustedes al señor Martínez?
Los hermanos se miran entre ellos. No comentan nada.

-Ya papá. Allí está la plaza en donde jugábamos cuando niños. ¿Qué le parece?
El viejo mira con atención a través de sus gruesos lentes.
-No. Ustedes están equivocados. Esa no es. La otra tenía pastos más verdes, los bancos estaban pintados de amarillo y en una de las esquinas había una casa grande de dos pisos y no estaba ese edificio de departamentos. No, esa no es la plaza. Yo no conozco a esas personas que están recostadas en aquellos prados.
-Mire, voy a abrir la ventana de par en par para que contemple el paisaje. Estoy seguro que ahí si que la va a reconocer.
El anciano se queda sentado en una silla. Los hijos, al despedirse, lo besan cariñosamente y un nudo le comienza a apretar dolorosamente su garganta.
La auxiliar les recibe la maleta en donde se apretujan unas pocas prendas. Los hombres se alejan desganadamente, como si algo les anclara a ese anciano que mira con atención el paisaje que le ofrece su ventana.
-No se preocupen caballeros, aquí su padre va a estar como en su casa. Este es el mejor lugar que pudieron haber elegido.
Los hombres asienten, se despiden y salen de la habitación. En sus propios recuerdos se van insertando las fantasías del viejo y son incorporadas a propósito como datos verídicos. Acaso sea mejor así. Tal vez ese sea el puente que los vincule con su padre. Ninguno llora pero en sus rostros se dibuja una profunda tristeza

-Allá corren unos niños detrás de su volantín. No se han caído en ningún momento. Esta vez parece que no habrá regaños, je je. Tan enojona que es tu madre. Que hermosa tarde esta ¿No? ¿Han sabido algo del señor Martínez?






Texto agregado el 23-01-2005, y leído por 1907 visitantes. (7 votos)


Lectores Opinan
26-01-2005 Genial. Ese casi imperceptible modo de avanzar en el tiempo. Qué buen tema, y qué bien abordado en este texto. Sobran las palabras y faltan las estrellas. Felicitaciones. saraeliana
25-01-2005 Es pecado ser viejo, me decía alguna vez un abuelo, al que la juventud de sus hijos había sumido en el abandono. Me recordaste mis charlas y cotorreo con éste Sr. Gracias por un bello texto, es un sacudón para el alma. meci
24-01-2005 Es impactante ver en un cuento de poca extensión, el paso del tiempo, contrastando las vivencias de niños, luego la desvalorización por parte de los jóvenes de los momentos vividos, y posteriormente la pérdida irremediable de la memoria. Y el final, con la decisión, tan de moda, de confinar a los ancianos a las residencias. Un abrazo y enhorabuena. NEUS_de_juan
24-01-2005 Conmovedor. Me encantó cómo dibujaste el paso del tiempo. Cómo retrataste al anciano y a los jóvenes, dos mundos distintos pero en una misma vida juntos, distintas órbitas. El abandono. La crueldad del sistema imperante hoy. Un abrazo y estrellas graju
23-01-2005 Esta vez me has hecho llorar con esta triste belleza que ha emanado de tu corazón. Nada más puedo añadir solo hacer trampas y multiplicar las 5 estrellas x el infinito. Un abrazo, gui. Dainini
23-01-2005 Esa plaza, los recuerdos, la infancia y la madurez. Esa infancia que ellos protegieron, esa madurez en que debemos protegerlos, un texto que emociona por su significado y sentimientos tan profundos, enraízados en nuestras vidas, de una generación a la siguiente. Hermoso, mis cinco estrellas. Ignacia
23-01-2005 "Qué lindo es recordar aquellos tiempos, cuando les compraba helados y golosinas y luego me sentaba a contemplar sus caritas sonrientes, embadurnadas de chocolate. ¿Adonde está el quiosco ese donde comprábamos los helados?..." Los helados, si, y con la tarde, llenábamos el horizonte de ilusiones y sueños. Mis estrellas, Gui. maravillas
 
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