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Flores en la recamara
“Se llama Doryan.

Un verdadero Hijo de puta.

Los niños pueden ser muy crueles.

Yo soy eso un niño,
de tintes negros y rojos,
que espera encontrase con ella… algún día,
para poder dormir…
por fin”.
“Niño” de Doryan Gárlet

Creo que nada mas verle ya me enamore de el. Su mirada perdida, sus gestos sutiles, la manera tan particular que tenia de fumar ese rarísimo tabaco francés que nadie sabia de donde sacaba. Eran un puro misterio en todo lo que hacia, siempre tomando notas en esa pequeña libretita de cuero negro, siempre dejando las frases a medio terminar... o hablando entre susurros, quizás con algún confesor oculto creado por su basta imaginación. Doryan era, sin lugar a dudas, el tipo de hombre al que se le amaba con locura u odiabas desde el fondo de tu alma, pero nunca te dejaba indiferente.

Yo estaba en los jardines de la facultad, como siempre, cuando un día, en que lo notaba con especial alegría, cosa inusual en él, porque siempre fue un chico de gesto triste y desalentado por el mundo. Me recogió, me paseo por todo el centro de la ciudad, mostrándome, cigarrillo tras cigarrillo, todas sus maravillas, los pequeños rincones, cantando las canciones que le sugerían. Para mas tarde, sin ninguna prisa, llevarme a su casa, un ático de enormes ventanales que solo abría cuando el sol rozaba el horizonte. Y dejarme allí encerrada, postrada frente a un sin fin de retratos. Mujeres rubias, morenas, pelirrojas, hombres cazando, desnudos, bellos hombres, muy bellos.

Todo el día me tuvo allí desde que llegamos, encerrada. Pero menos mal que por lo menos, tenía sus fotos. Hasta unas horas mas tarde de haberme dejado en la habitación no llego. Pero no venia solo, ni fresco, ni tranquilo. Con una pasión que seria imposible de pensar en el muchacho desvistió a la chica, para más tarde tumbarla en la cama y deshacerla en caricias y otros roces.


Así los días pasaban, y yo miraba impasible, como toda clase de mujeres se deleitaban de sus sabanas con el. Pero su gesto, amable y tierno, ese gesto que solo tenia cuando se acercaba a mi. Era tan solo en esos momentos cuando lo veía sonreír.

Aunque fue un día, cuando trajo esa chica. Hay empezó todo. Creo que se había enamorado. Escribía larguísimas carta todas las noches, comenzaba a escuchar música mas alegre, le daba por sonreír sin venir a cuento. Pero algo que verdaderamente me asusto, y creo que fue la razón por lo que lo entendí todo, es que ya siempre tenía los ventanales abiertos, noche y día. Y hasta los pájaros se posaban en los dinteles y el los saludaba con absurdas palabrejas.

Aunque fue aquel martes silencioso cuándo ella había venido por la mañana a desayunar y le había dicho que tenia que irse. Que le habían dado trabajo en otro lugar y que le tenía que dejar. El intento convencerla, hasta se arrastro por el suelo humillándose cual vil perro. Pero ella recogió su bolso y huyo.

El se quedo sentado al lado de la mesa, sin mirar a ningún punto, absorto de toda realidad. Así se quedo todo el día, sin tan siquiera moverse. Hasta que como activado por un resorte, se levantó de un brinco y fue su armario. Allí cogió su ropa favorita, camisa roja y chaqueta negra, acabando con unos pantalones de pana. Me miro. Hacia tiempo que no me miraba, se acerco a mi me sostuvo entre sus brazos me arranco uno de mis pétalos y me coloco en el bolsillo de su americana. Coloco un viejo disco de música francesa, esa que suena siempre en las películas antiguas. Y como tenia los ventanales abiertos salto, intentando agarrarse a la desesperacion.

Yo ahora sigo en la chaqueta de su americana, viendo como levantan el cuerpo y recogen su alma.


A Jose, el ya sabe porque.

Texto agregado el 23-01-2005, y leído por 174 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
25-01-2005 Dioooooos, sin palabras, que se puede decir ante esto??? en este mundo podrido y lleno de mierda, cuando todo se acaba... solo queda la estética, al menos el la conservó hasta la muerte, todo eso me suena... grandes letras en tan pequeño espacio cuadrado pokara
 
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