“Todo ha sido maravilloso. Nunca creí que algún dia fuera tan felíz como lo soy...” Esas fueron las palabras que escribí en la primera postal que envié a mis padres durante mi luna de miel. Si lo recuerdo my bien, todo encaja como si fuera ayer, él aún recostado y tratando de dormir un poco después de haber hecho el amor, aún el calor se podía sentir en el aire y los olores se confundían con las fragancias de las rosas en el balcón. La noche era serena con una ligera brisa que venía del Caribe.
Me había propuesto escribir algunas postales, en donde reflejara la dicha que vivía, que todo iba bien y que era felíz, así que con mucha fuerza de voluntad me levanté para no seguir posponiendo la correspondencia. Desnuda aún, sentada a la mesita de noche, comencé a llenar postales con una mala caligrafía que era guiada por las palpitaciones y la exitación que aún recorrian mis venas y mi cuerpo.
Por un momento pense en regresar a su lado y tratar de revivir al ser de dos espaldas en el que nos habíamos convertido. Sabía muy bien que si me lo proponía lo consiguería. Tentada por este pensamiento regrese a mis postales.
“La ciudad es maravillosa y hemos pasado mucho tiempo en la playa...” Mentiras piadosas, aun cuando no tenía que justificar mi comportamiento, con mis padres me veía obligada a mentir, continuar siendo su pequeña niña, inocente y pura.
La verdad es que en esos tres días, dificilmente habíamos salido a comer y mucho menos a contemplar la ciudad o estar tirados en la playa. La pasión que nos envolvía era muy grande que deseamos desgastarnos hasta las últimas consecuencias.
Ahora que lo pienso no se en qué o en quién me convertí. Tal vez la pasión acumulada, ya que dificilmente había hecho el amor tres o cuatro veces antes todas de forma incompleta, se apodero de mí, o fue el quién me mostró eso caminos poco transitados. Pero con él comencé ha alcanzar sensaciones que nunca había vivido, orgásmos multiples y muy prolongados. Siempre me llevó por veredas seguras con mucha atención y cuidando todas mis deseos, apenas expresados por mi mirada perdida en el infinito de sus ojos o atraves de mis inaudibles quejidos de placer que escapaban de mis labios o por los estremecimiento que mi piel sufria en cada contacto con sus manos sobre mi cuerpo, como si él me conociera de tiempo atras.
En cada penetración, subía a la gloria de lo no imaginado, y deseando que nunca acabara me dejaba arrastrar por el torbellino de pasiones que él formaba para mi. Si, ahora que lo pienso, esa mujer no era yo.
¿Y cómo podría serlo si crecí en medio de una vida familiar llena de tabúes? Apesar de vivir en una ciudad tan densamente poblada, donde la comercialización basada en los deseos sexuales no dejan nada a la imaginación de los jovenes. Vivía bajo el estricta mirada de mi padre y del colegio de monjas. ¿Amigos? No los suficientes. Tan solo mis compañeras de colegio que corrien, si a caso, con la misma suerte que yo. Apesar de esos tiempos de tanta apertura de pensamiento, mi padre, hijo de un militar jubilado, conservaba muchos caprichos heredados de mi abuelo. Y a la falta de un hijo varón que pudiera continuar con sus paso, decidió que lo mejor que podía hacer conmigo era educarme en una vida religiosa estricta. Ahora doy gracias a mi madre por no permitirlo.
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