“En otro tiempo también Zarathustra proyectó su ilusión más allá del hombre, lo mismo que todos los trasmundanos. Obra de un dios sufriente y atormentado me pareció entonces el mundo. Sueño me parecía entonces el mundo, e invención poética de un dios; humo coloreado ante los ojos de un ser divinamente insatisfecho”.
De entre todas las conductas humanas pocas hay tan definitorias como la expresión artística. Sin embargo siendo la más exclusivamente humana, es también la más incomprensible y alejada del principio de acción-reacción que parece atender a la mayor parte de nuestras conductas. Si nos atenemos a una definición estricta y superficial, el arte existe desde que el ser humano es capaz de asumir un punto de vista distinto al suyo, y atribuirle a un objeto cualidades que no le son propias. Esto es, la capacidad simbólica. Sin embargo aún hemos de conocer el hecho por el que desarrollamos esta capacidad, para comprender porqué sentimos la necesidad de la expresión artística en un nivel de mayor rango.
Si consideramos las pinturas rupestres como la primera de las expresiones artísticas, vemos que están motivadas como ritos, supersticiones, en base a la caza, funerales o incluso fertilidad. En resumen, conforme a sus necesidades. Conforme la cultura avanza, también lo hacen sus necesidades, comprendiéndose en Homero la necesidad de heroísmo y otros valores. Más adelante fue surgiendo un sentido místico, religioso, imputable al anhelo de inmortalidad, del bien moral, e incluso el miedo a un castigo divino. La Ilustración supuso en el arte, además de la expresión íntima, el anhelo individual, un manifiesto ideológico. El Romanticismo atrajo por su parte un sentido íntimo de unión con los congéneres, un sentido trágico de la vida, fundamentado en la pasión y el amor no correspondido.
Todas estas someras y ejemplificadas etapas atienden a un mismo patrón. La necesidad. Toda expresión artística parece estar mediada por la insatisfacción, en un primer momento histórico, de necesidad fisiológica, que ha ido evolucionando en el mismo sentido que lo han hecho las insatisfacciones del ser humano. El hombre en sí mismo parece abocado a la insatisfacción desde el punto de vista de Bertrand Russell cuando afirma que para conseguir la felicidad no bastará con solucionar el hambre y la guerra, puesto que las clases opulentas siguen recurriendo al suicidio. Ante la cobertura de una necesidad, reaccionamos inventando otra. En esa constante insatisfacción recurrimos a la freudiana catarsis simbólica de imaginar un mundo paralelo al que vivimos, unas circunstancias que nos sean más favorables, y las expresamos a través de los distintos canales que el arte ha puesto a nuestra disposición. A través de símbolos que expresan nuestras carencias, a través de personajes que hacen aquello que tenemos la prudencia de no hacer en vida, a través de obras que templen nuestro ego. En definitiva, y aludiendo el pequeño texto con el que abro, el nacimiento de la tragedia es inherente a la expresión de nuestra naturaleza insatisfecha.
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