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Algo estaba faltando en la vida de Sandra y Roberto. Luego de muchos años de convivencia ambos sentían que algo fallaba, que esa música que se profesaban el uno a otro ya no era la misma. Sus palabras eran disonantes, ya no parecían compartir nada más que su apatía.
El desgaste de la relación era evidente y Roberto comenzaba a impacientarse. Innumerables fueron las veces en las que le echó en cara a Sandra el sinsabor de sus noches. Le demandaba no sólo aquel cariño que solían tener en su juventud sino también ese aroma compartido, esas noches incesantes en las que las estrellas parecían ofrecerles su música.
Tal era el reclamo que Sandra desesperada por acallarlo recurrió a las mil y un técnicas posibles. Pensó en un principio que quizá ella tenía que cambiar para despertar las llamas de aquel amor perdido; aún así ni el maquillaje, las sedas y perfumes importados surgían efecto.
Una tarde en las que ya daba todo por perdido, Sandra se topó en la verdulería con Gama. Gama era una mujer muy nombrada en el barrio de nuestra pareja en conflicto, al parecer tenía la gracia de resolver cualquier problema que aparecía. Recordando esto Sandra tiró su última red cual manotazo de ahogado y le contó su mal pasar con Roberto. Gama levantó su ceja y con una voz consumida en cigarros negros mezclada con una tonada muy española le dijo: “lo que tú necesitas son las legumbres del amor, ¿quiere el aroma y el sonido amalgamado? Pues lo tendrá, empezarán a compartir nuevamente sensaciones únicas y sus noches ya no serán de sinsabor... Ala tía haz el guisante y coman ambos con ansias”
Así fue, Sandra compró las legumbres del amor que al ojo del inexperto no eran más que unos cuántos porotos y garbanzos en una bolsita pintoresca. Roberto apreció el manjar como pocas veces lo hacía. Ambos comieron hasta el hastío sin dejar rastros de aquella ‘poción’ salvadora.
Llegó el momento, Roberto y Sandra fueron a su lecho nupcial y a diferencia de otras veces ambos se miraron como hacía tiempo no lo hacían.
Gama le había dicho la frase cúspide que haría surgir efecto al guisante... y Sandra hizo uso de esa última arma de ‘seducción’:
- Perfumadas noches mi amor – le dijo a Roberto mirándolo a los ojos
Sus miradas se fundieron como en sus primeros años juntos y poco a poco sus rostros comenzaron a cambiar, algo pasaba en su interior.
Súbitamente, en un estruendo, se terminó el sinsabor de sus noches y comenzó el concierto. Volvieron a escuchar aquella música compartida de sus noches salvo que ahora las estrellas se alejaban y eran ellos los artífices de su propia melodía, de sus propios aromas, de sus propios sentimientos compartidos.
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Texto agregado el 23-01-2005, y leído por 179
visitantes. (9 votos)
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Lectores Opinan |
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28-02-2005 |
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Ja ja llegué a la palabra estruendo y emepezó la risa, válgame Dios de aquel Roberto.
Saludos Sandra. martirio |
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26-01-2005 |
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Jajajaja!! EXCELENTE FINAL!! BRAVOOO!! Paulina |
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26-01-2005 |
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jajaja, por lo menos esta vez no escribiste al pedo! Un saludo moniquita |
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26-01-2005 |
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Estas odas que es convenientes leerlas bajo el amparo de una buena ventilación, son entretenidas y jocosas. Temo si que muy pronto se te acabe el repertorio y caigas en la redundancia. Espero que tus diletantes lectores no se desanimen con tus andanzas pedorrescas e incluso fomenten la libertad de expresión de esta garganta menospreciada y por tantos siglos acallada... gui |
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23-01-2005 |
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En la cama todo vale dicen.***** larsencito |
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