Mis manos, ateridas a causa del frío estúpido de la ciudad que no me embriaga, van directamente a los bolsillos de mi chaqueta. Inclino mis hombros. En ese momento, siento el dolor en mi dedo índice… aunque no del todo maldito. Rápidamente, saco la mano del bolsillo… veo, no siento nada… Me duermo en la intrepidez de las relaciones que desencadenan la altivez de mi dedo, aparte del dolor, juega con su alelo, con su atontamiento. Francamente, lucho contra mi inmadurez intelectual, eso de no saber nada… eso de saber poco, y que el baño me dispense… Musitar oraciones, entre retortijones y el baladí inconsistente de los cigarrillos que no fumo, y cuando se convierten en realidad, cuando son oraciones: tomo el camino inequívoco, para variar, para creer… Es el delirio de mi dedo, con uña y todo, como cuando introduzco un alfiler, entre carne y uña, y de improvisto un líquido blanco muestra sus imperfecciones, digo imperfecciones, porque el líquido a veces es amarillo, no blanco... el color que lo sucede, es encarnado… encarnado, porque es sangre.
Bueno, en ese instante no pasa nada, sólo decantan las idolatrías… Nada, porque junto al alféizar de la ventana me duermo, desfallezco para que la oscuridad torne un dibujo mi ventana, con ese mismo dedo explotado… deleznable. Cuando ya nada puede convertirme en oro, sólo queda defenestrar esa parte desveladita de la pared por su mismo origen, brote o nacimiento… arrojar la ventana por la ventana, con un alarido. Ése, provocado por mi dedo quejumbroso. Y así dices que no soy tierno, que utilizo palabras tiernas, pero no lo soy… ¿cómo te dignas a rebatir mis condiciones? ¿No es acaso mi querer algo que sucederá?… es decir, contingente… entre lo inexacto y lo oportuno… Linda cosa, vacilaciones podridas… tú me pudres, me pudres porque dices que me quieres, y es cierto… Yo no tengo miedo, sólo mi dedo te teme, sí, el índice… el que te acaricia e interrumpe. No es tan imbécil como yo, ni mucho menos, sólo te pretende, sólo se muere por una sonrisa tuya. Intenta que todo esté bien, entre agreste y mermelada de damasco… el que te sabe querer, no como todos, sino como el dedo índice… el que explotó, plañidero y todo, fiel y honesto… puto y díscolo… Como cuando me citaste, como cuando comemos y me invitas, luego yo. Me miras, te miro… nos miramos y nos besamos, me besas y te beso… me tomas por el cuello y me obligas a cantar, a cantarte. Letárgico y todo, lo hago, no porque quiera sentirte vencedora, sino porque te pertenezco, aunque no lo comentes, aunque pienses que no te quiero… Sí, me despolitizaste, me hiciste creer en ti, nunca me he arrepentido, sólo temo… me da miedo no buscarte cuando no me necesites. Siento horror, no al rechazo, no a ti… a mí… A mi balbuceo y a mi ruborización, a mi elocuencia, es que sí te puedo conmover, es que sí eres lo más fascinante que he visto, es que sí me haces hablar y deseo pertenecer a tus sueños… “Yo limpiaría baños para que tú pudieras escribir”, la estupefacción es el mejor consejo, lo peor de todo es que te creo, lo mejor de todo eres tú… Y si ahora me preguntaras por mi dedo índice, te diría que está muy bien, gracias… tú y yo no nos entendemos… |