Carlo escuchó el sonido de la llave girando en la cerradura. En ese simple chasquido se notaba la resolución de quien estaba tras aquella puerta. Se arrellanó en su sillón, reacomodó sus negras crenchas y esperó el encuentro. Vitorio apareció en el umbral, sonriente. Era un tipo alto, fornido, vestido con elegancia.
-Hola muchacho- le saludó con un gesto de su mano grande. Un pequeño resplandor hirió suavemente las retinas de Carlo. Era la piedra preciosa de su anillo que riló a la luz de las lámparas.
-Hola- respondió el muchacho y sonrió. Con un gesto de su cabeza le indicó una botella de Whisky que tenía sobre la mesa.
-No no no- exclamó Vitorio. Está claro que esta no es una ocasión para beber. -Imposible no saberlo. Dime. ¿Cómo están todos en casa?
-Bien, muy bien, afectados claro, pero bien.
-Ah. Me alegro, no sabes cuanto- sonrió tristemente ante aquello que le pareció irónico ya que nadie podía estar bien en aquellos momentos.
– Siéntate- le ordenó al recién llegado.
-No, gracias- contestó Vitorio y caminando despaciosamente por la elegante habitación, reparó en la biblioteca y tras avanzar cuatro pasos estuvo a la distancia exacta para acariciar los brillantes lomos de esos libros. ¡Cuantos recuerdos atesorados! ¡que hermosas estampas retenidas en su imaginación infantil y que ahora se desplegaban una vez más en su mente... contaminada?
-¿Recuerdas cuando nos tendíamos en la alfombra para leer las aventuras de Tom Sawyer? ¡Que momentos geniales vivimos en aquellos días! ¿no? Carlo movió su cabeza con desgano, asintiendo. En realidad, la lectura nunca fue una de sus grandes aficiones. Más bien gozaba con las dotes de Vitorio, quien con grandes aspavientos, personificaba a los diferentes protagonistas de las novelas. Algunas veces era el Capitán Nemo, más tarde el ambicioso millonario que odiaba las fiestas de Navidad, después un tripulante del viaje a la luna de Julio Verne, pero quien se llevaba los aplausos era Tom Sawyer, el inquieto muchachito de Mark Twain. Con él, Vitorio parecía desdoblarse, adquiría expresiones que nunca antes se habían dibujado en su rostro, hasta el color y textura de sus cabellos parecía cambiar con tan brillante actuación. Y Carlos se desternillaba de la risa y se revolcaba en el suelo de puro contento. Eran, por supuesto, otros tiempos.
-¿Cómo está Sofía?- preguntó Carlo, después de un instante de silencio.
-Bien, bien. Tú sabes. Eufórica, llorona, va del negro al blanco y de este a las amplitudes celestiales. No existe ser en el mundo que pueda pronosticar el estado de ánimo que tendrá al instante siguiente.
-Si, la conozco. Es imprevisible. Y la abuela ¿Qué dice la abuela?
-Pica que pica cebolla para disimular sus lágrimas. Desde ayer que su cuartel general es la cocina y de allí nadie la saca. Es así la nona, dura por fuera y un caramelo por dentro.
-Bueno- musitó Vitorio, restregándose nerviosamente sus manos -creo que ya no vale la pena seguirnos complicando, querido primo.
Carlos, levantó sus hombros y meneó su cabeza como si quisiera sacudirse un enorme malestar.
-Hemos estado unidos en todo momento y ahora, una vez más y con justa razón-dijo por fin con voz muy serena, Tienes claro que hubiese preferido que los hechos se dilataran. ¿No es así?
-Lo que debe hacerse, debe hacerse. Son los malditos códigos de honor. Y lamentablemente estamos involucrados en este juego.
La calle era un hervidero de transeúntes que deambulaba como un reguero de gigantescas hormigas de colores. Adentro de ese departamento, dos hombres se preparaban para darle curso a un ritual ineludible.
-¿Estás preparado?
-Lo estoy. -Podríamos atribuirlo a la mala fortuna. Pude ser yo y entonces el verdugo habrías sido tú. ¡Maldición!
-Sonreiré. Te será más fácil.
Dos gruesas lágrimas resbalan por el rostro del hombre que porta el revólver. Se acerca al condenado y le besa ambas mejillas. Reprime un sollozo y le murmura al oído: -¿por qué lo hiciste? El condenado sonríe, aprieta las manos de su verdugo y en un acto no meditado, atrae el arma a su pecho. El disparo retumba en la habitación. Luego, el impactado se desploma y queda tendido inmóvil en el piso.
La calle ignora el drama que ha ocurrido en ese lugar. Un hombre cabizbajo trata de mezclarse con el gentío. Llora profusamente porque sabe que nadie interpretará tan a la perfección a Tom Sawyer como lo hacía su primo… |