Un corazón delator*
Para Martina López, ver a su marido salir de la casa de una de las muchachas mas deseadas del pueblo fue igual que perder a su hijo enfermo. Se enfundó en su sábana y lloró toda esa noche imaginándoselo en los brazos de su amante, lo que más le aterraba no era eso en realidad, era mas bien que sus sospechas habían sido confirmadas.
Silencioso entró Agustín se desnudó, y se acostó a lado de su mujer, Martina volteó hacía su pecho y lo tocó, estaba húmedo, y olía a flores
- ¿De dónde vienes?
- De casa de Artemio
Ella calló pues ya sabía de donde venía y siempre que lo mencionaba, el se encargaba de negarlo o de decir cosas tan convincentes, era una de sus virtudes el ser inteligente, era lo que más admiraba Martina en él.
Pasaban los días y ella seguía con ese palpitar en su corazón cada vez que el se hundía en la cama de Carmela, entonces ideo un plan. Iría hasta la tienda de esta y verificaría a que hora cierra y a que hora posible se encontraba con su esposo, y así lo hizo, Carmela era una mujer incauta, lo que Martina sabia de sobra, una mujer que su superioridad se encerraba en tener a todas las esposas al vilo de la locura y los celos.
Tomó muy fríamente los sucesos, como si se tratara de otra persona, jugaba hacer el papel de detective, ya no le dolía, entonces decidió acabar con esos encuentros.
Cuando Agustín regresó como todas las noches de casa de Carmela, no encontró a Martina en la cama, la buscó por toda la casa y no estaba, pero no le importó demasiado tanto así que ignoro la nota que había dejado en la almohada estaba tan aturdido y cansado por los juegos de su amante que prefirió dormir.
Martina regresó mientras Agustín soñaba con playas del caribe y puestas de sol, de pronto aquel sueño se transformó en el rostro de Martina y se tornó real, unas manos que lastimaban su cuerpo, una ceguera de pronto y un suspiro infinito.
Martina, no lloró ni sonrió ni se arrepintió, ella no se había percatado que el amanecer se había asomado hace mucho, ni que ciertos ruidos habían despertado al vecindario.
-¡Abran la puerta! – clamó una voz.
Martina salió con las manos limpias y un camisón de dormir.
-¿Si, Qué sucede?
-Señora, los vecinos nos avisaron, escucharon ruidos en su casa tal vez intentaron robarle
-No, yo sólo estoy preparando una sopa, no gustan pasar.
Los agentes de la policía entraron, se miraron extrañados pues todo estaba bien.
El olor que despedía la estufa era exquisito así que los policias decidieron aceptar la invitación a probar tan delicioso brebaje.
Martina, les sirvió, y los tres se sentaron a la mesa, tomando la sopa mientras dialogaban, en cada sorbo, Martina recordaba el rostro de su marido tan pálido, su corazón se aceleraba y sentía sus latidos muy fuertes, tan fuertes que no dejaban escuchar a los agentes, tan fuertes que la ponían nerviosa, tan fuertes que se tapó los oidos y estos de volvieron aún mas fuertes como un martillo golpeando su cerebro, ahora solo era como cine mudo, muchos gestos y ella con los latidos fuertes tratando de adivinar que le preguntaban aquellos hombres hasta que sintió que el corazón se le partia en dos y que podía vomitarlo...
-Yo maté a mi esposo – gritó, mostrándoles la olla de sopa en la cual se hallaba el corazón de Agustín.
*título tomado del original de Allan Poe
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