El enemigo
© Funesto malasangre
Vuelve la noche..., vuelve a sudar, silba para engañarlos, para engañarse, se ha vuelto rutinario esta caminata, bajar y subir banquetas. No mirar, no mirar nunca hacia atrás, solo caminar de prisa, adelantar los pasos, las zancadas. Llegar antes a esa esquina, antes que la luz se apague, que el gato se erice al frotarse contra el poste. Sabe que es cuestión de ganarle terreno al miedo, a esa distancia de todas las noches, a ese oír de pisadas, ese tropel de zapatos marciales detrás suyo, el consecutivo grito que no logra traducir bien, pero que intuye significa: ¡alto!
Ahora es cuando la tan codiciada distancia se alarga de pronto como resultado de esa luz y el rugido del motor del auto. Como si todo volviera a repetirse ahora son los ladridos que surgen, los jadeos de perros alternando con el parpadear del foco sobre la calle. Ríe involuntariamente, mientras con un calambre de lentas piernas pisa ya, la cronométrica oscuridad. Oye la asonancia del rifle que se mezclando con el estrépito del toque de queda y los crujidos sincronizados de las ventanas cerrándose.
Su angustiado rostro se ilumina. Piensa que si cambia de trayectoria la rutina terminara y estará a salvo. Se decide por el frente, parpadea mientras comienza a correr con un pequeño trote que se va convirtiendo en una endemoniada huida entre la lluvia la geometría de su destino le va trazando los charcos, el estrecho callejón, las escalerillas de servicio de aquel viejo hospital. Como en una persecución de ritmos, el taloneo de zapatos, el jadeo de los perros, el idioma extraño le acosan el rumbo por los peldaños mojados de la escalera hacia el techo del edificio. La madrugada intenta también jugar su juego, abrirle la puerta de algún lugar común para salvarlo, pero la angustia comienza a reventarle el corazón. El pavor de pronto lo obliga a voltear la cabeza, intenta dar otro paso, pero el descascarado filo de la marquesina lo limita. Abajo, la aurora se le extiende como un final demasiado ancho y común para la causa.
Observa, y no ve otra cosa que el sombrío insomnio de la noches anteriores, mientras cae, puede sentir el vacío , el coagulado vacío acariciándole las tripas, entonces duda, se arrepiente, de un solo y certero movimiento cierra el libro. Deduce que es preferible mantener, vivo y constante al enemigo.
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