M I T O M A N I A

-¡ Vaya ! –pensó el Sr. González-, que casa tan antigua y al mismo tiempo tan elegante, se ve muy bien cuidada; pero en fin, de todas maneras tengo que conseguir la firma de estos papeles.
Tocó la puerta y un momento después abrió una hermosa jovencita de aproximadamente catorce años, quien sonriendo coquetamente le dijo:
-Buenos días señor, ¿en qué puedo servirle?
-Buenos días señorita, vengo a ver a la señora Azcona, quien solicitó un agente de seguros de la compañía “Modelo” a la cual tengo el gusto de representar.
-¡Ah!, si es verdad, pase usted, mi tía me dejó encargado que lo entretuviera un momento mientras ella regresa, le aseguro que no se tardará nada; pero pase, pase, por favor y siéntese.
El señor González pasó, encontrando una atmósfera fresca y tranquila, se quitó el sombrero y al momento en que iba a sentarse en una mecedora que era el asiento más ce5rcano a la entrada, la jovencita lo detuvo con un estridente grito:
-¡No, cuidado, por favor, no vaya a sentarse en esa mecedora!
El hombre hasta brincó del susto y al mirar el rostro de la muchacha, vio la expresión de terror más patente que hubiera visto hasta entonces. Apresuradamente se retiró de la mecedora y tomó asiento en el sillón que le indicaba la joven, quien un poco más calmada le dijo:
-Perdóneme, sé que lo asusté; pero es que sobre esa mecedora existe una maldición diabólica, y quien se siente en ella, será poseído por los espíritus más terribles que se pueda imaginar. Todas las personas que se han llegado a sentar ahí han perdido la razón, y muerto poco después en medio de grandes dolores y convulsiones. Sé que es difícil de creer; pero le juro que es cierto, es una verdad increíble. No nos hemos podido deshacer de ella por el temor a que los espíritus diabólicos se venguen de nosotros, es por eso que siempre la tenemos ahí como una amenaza.
Poco a poco su rostro había vuelto a adquirir serenidad, y toda ella había recobrado la calma, dominando la terrible agitación anterior.
El señor González, perplejo, no hallaba las palabras adecuadas ante tal situación; viéndose salvado de tener que decir algo cuando la joven, ahora ya calmadamente le dijo:
-Bueno, mientras regresa mi tía iré a preparale un refresco pues me supongo que con este calor tendrá usted bastante sed.
Y uniendo la acción a la palabra, se dirigió hacia el interior de la casa.
“Ahora si que la hicimos buena” –pensó el señor González- ,”esta pobre chiquilla está rematadamente loca; que lástima, pues está muy bonita; pero el susto que me dio fue tremendo. ¡Qué barbaridad! espíritus malignos ¿todavía en esta época habrá quien crea en ellos? ¡Válgame!, nunca había oído semejante tontería”
En esas cavilaciones estaba cuando oyó abrir la puerta de la calle, al momento entré un joven un poco más grande que la muchacha, y saludó amablemente al señor González diciendo:
-Buenos días, ¿está usted esperando a mi tía? Ya no debe tardar, ¿puedo ofrecerle algo?, este calor tan fuerte ha hecho que me sienta un poco aturdido.
Al momento de decir esto, buscó apoyo en lo primero que encontró, sentándose en la mecedora. Al instante mismo de sentarse allí, empezó a retorcerse, a arrojar espuma por la boca, a golpearse contra el respaldo y a proferir espantosos gritos.
El señor González no esperó más y abandonando su portafolios de seguros “Modelo” y su sombrero, salió huyendo con una expresión de terror, al salir despavorido, en su loca carrera casi atropella a una distinguida señora que llegaba en esos momentos.
-¿Qué pasa aquí? –dijo entrando a la casa- y al ver al joven en el suelo, convulsionándose espantosamente, se limitó a decir con suma tranquilidad.
-Maribel, llama al médico que a tu primo ya le volvió a dar su ataque de epilepsia. Y por cierto, ¿Quién era ese hombre que al llegar yo, salía tan espantado?