Recordaba cuando contaban las horas. Era mágico. Ella contaba las horas y él traducía los minutos y los mensajes en caballos con alas, en titanes de barro bailando en la playa. ¿Qué era un titán realmente? Un titán era un titán. Alguien importante. Lo suficientemente importante como para desafiar a las tempestades. Solo alguien especial puede tocar con sus dedos una tempestad, aunque tenga pies de barro.

También contaban las horas en la playa. En el hueco de su mano había una, sembrada de arena. Una pequeña montaña de arena finamente pulverizada. Y luego otra en la suya. Y otra más. Y así. Se sumergían entre las horas, en aquellas playas de los titanes. Pero un día dejaron irse a las horas, y los calendarios salieron volando por las ventanas, por la puerta, por el tejado. Huían desenfrenados. También se acordaba de eso. Ellos sabían de sus pensamientos. Huían, tenían miedo de ellos, con sus montañas de arena. Tenían miedo porque solo los titanes ignoran las horas, y las ahuyentan.

Sólo los titanes, aunque tengan pies de barro o pequeñas montañas de arena en las manos.