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Debía llegar al amanecer como siempre, pero hoy la noche estuvo muy bien que decidió por primera vez regresar a casa más temprano.
Detrás de esa neblina limeña que se ahoga a la media noche estaba aún su ansiedad de entregarse al amor de una hija como la única razón que la mantenía con la voluntad de seguir estando allí, ayudando a la esperanza con todo lo que se tiene.
Habían pasado muchas cosas para entonces, desde el nacimiento de Andrea hace 12 años, hasta la decisión de convertirse en una Puta de suburbio.

Abrió la puerta con una parsimonia casi metódica; dos, tres golpes, y un empujón, como siempre. Detrás de esa puerta estaba ese cuarto con su aroma a limpio. A diferencia de su mundo y su acostumbrado olor a alcohol y a sexo, este sitio le proporcionaba siempre alguna frescura; pero pocas veces se ponía a pensar en ello.
Casi siempre que llegaba estaba demasiado cansada o demasiado asqueada para poder a pensar en ello.
Esta vez quiso llegar mucho más temprano. Cierto que aún mantenía algún desasosiego que ya arrastraba desde hace como cuatro años y que le había dejado un desgano que ya era como de costumbre.
- Todo está en orden- murmuró

Dio unos pasos después de cerrar la puerta, hasta una mesita de vidrio que estaba exageradamente pulida, soltó su cartera azul que con el golpe se abrió y dejo entrever unos coloretes y uno que otro billete doblado en cuadritos.

Al sentarse, tomó su cabeza con ánimo de pensativa, se apoyó en el respaldo e imaginó.

Pensó en tantas cosas. A esas alturas una melancolía le inundó el alma que quiso llorar. Luego recordó a Luis, aquel hombre que le regalo 50 dólares por hacerle el amor y que le trajo un esbozo de sonrisa y un mordisco de labios inoportuno. Hacia esto siempre que alguien le gustaba y al parecer esto le estaba ocurriendo.

En estos tiempos sonreír para ella y pensar en un hombre no era normal, pero ese rostro y ese trato tan simple, habían sido impresionantes, que se alborotaron sus hormonas y le creció una libido extraño.
-no sé por que sigo con estos zapatos- se dijo sin dejar de pensar en él; Después levantó su diminuta falda suavemente y deslizó sus manos hasta adentro; de allí comenzó a empujar unas medias transparentes.

Un pensamiento le interrumpió y le aceleró el corazón.
-¿y mi niña?- se preguntó y se apresuró hasta el dormitorio.

Andrea, su hija dormía como un ángel. Ya hace cuatro años estaba en todo esto y esta era la primera noche que la veía así con todo el tiempo del mundo.

La observó con ternura, diría que sus ojos se llenaron de lágrimas y que se avergonzó por un momento y que quiso decir alguna grosería; pero era demasiado cuidadosa, delante de ella. Que sólo dijo:
-estoy demasiado sensible hoy-

Dio otra inspección sencilla, por el cuarto decorado con un rozado ambiguo. En la mesa un café a medio acabar, un libro entreabierto en una página cualquiera y un cuaderno con unos lápices encima.

- a estado haciendo su tarea. Tan responsable ella- se dijo y se sintió tan orgullosa.
Sus ojos habían recobrado su vivaz expresión, cierta combinación de orgullo y ternura.

La niña había dejado toda la ropa tirada, debió molestarle esto; pero, que importaba esta vez, hace cuatro años que apenas miraba a su hija y no es que se culpara de esto. Lo que sucedía, es que todos los días cuando ella llegaba la encontraba aún durmiendo y cuando despertaba estaba o bien haciendo sus tareas de colegio o limpiando la casa, o preparándole el café, que apenas intercambiaban palabras, salvo para decirle.
Mamá llagó el recibo de la luz o del teléfono, o mamá necesito dinero para estas cosas del colegio y ella aún dormitando le pedía la cartera azul que siempre dejaba en la mesa de vidrio y como siempre le soltaba unos billetes, que no siempre contaba.
-¿está bien así o quieres más?- preguntaba.
Nunca había sido bueno para las matemáticas así que todo lo dejaba en manos de ella; su hija, la más buena, la más comprensiva, la más responsable, la que nunca le preguntó en que trabajaba o por que llegaba tan de madrugada.
Por eso ella se sentía orgullosa y siempre que podía le decía a todos, incluso se lo había dicho a Luis la noche anterior.
-Aún de las pecadoras se acuerda Dios y a mi me premió con un ángel- habían sido sus palabras.
Pensando en esto se incorporó, miró largamente a su niña, como sólo una madre sabe hacerlo: se arrodilló, acarició sus cabellos, pero pronto se descubrió asqueada de ella misma y se apartó.
Atinó a recoger la ropa tirada, levantó un corpiño blanco y pequeño. Sonrió.
-no recuerdo hace cuanto es que usé esto-dijo y lo estiró e hizo un intento de medírselo. Era pequeñito, que la hizo mirar de nuevo con ternura a su hija.
-pronto serás toda una mujer. Cuanto es que tienes? ya vas por los trece-repetía en un monologo de lo más orgullosa.

Ya en el baño y dispuesta a darse una ducha, se quitaba las pestañas, el maquillaje espeso; y es cuando le sobrevino un pensamiento,
¿Qué pasaría si Andrea un día le dijera?
-Mamá ya sé en que trabajas- Ella tratando de disculparse trataría de salir del tema, pero conociéndola otra vez insistiría
. Mamá sé que eres una prostituta-
- sé que te vendes por 10 dólares todas las noches-
- sé que eres una mujer que se vende por sexo, y sé esto y sé aquello-
Entonces no lo soportaría, entonces todo habría acabado, su niña, la criatura más pura, sería esta vez la hija de una puta.
Su ánimo volvió a desvanecerse, apretó fuerte la llave de la ducha y una lluvia caliente la cubrió calmándole un poco.
- ya voy a dejar todo esto- pensó
- ya tengo suficiente dinero para abrir un negocio y ser digno de mi hija. Ya voy a dejar todo esto- repitió y volvió a enjabonarse tratando de sacarse todos los cuerpos que un día la habían poseído
A esas horas sonó el teléfono que apenas le hizo pensar.
¿Quién podrá ser?- se preguntó mientras tomaba la toalla y secaba su cuerpo. Poco a poco le vino una sensación que le alarmó.
-Luis- exclamo. Hace dos noches atrás le había dado el numero del teléfono
-¿y si le dice a mi Andrea que su madre es una prostituta?- pensó y su corazón latió con más fuerza y se apresuró.
Al llegar a la sala era ya demasiado tarde
Andrea había tomado el teléfono y contestaba
-alo,... si,... si,... tengo doce años y son treinta dólares por hora-


Texto agregado el 19-01-2005, y leído por 169 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
19-01-2005 Un relato doloroso, real y con un desenlace sorprendente, no se intuye y eso habla bien de su autor. FaTaMoRgAnA
19-01-2005 el final es bastante crudo, pero definitivamente, la realidad siempre supera la ficción. Esta muy bien KaReLi
 
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