Cae la tarde, mi corazón evoca sentimientos antiguos que la mente no cesa de reprochar.
¿porqué te dejé marchar?
Una y mil veces he de preguntármelo.
¿Porqué, querido mío? Fue poco el cariño que te di desde niño, quizás tenga esa culpa, sin saberlo ¡por supuesto!...
Me dices, las cosas son así, mami, que hago yo aquí.
Mi conciente para consolarme, le echa la culpa al país, eso suena bien, solo dura un rato nada más...¡pero, tan lejos estás!
El sábado a la noche fuimos con tu papá a tomar un café, se veían chicas y muchachos esperando la apertura del boliche.
¡Que hermosa edad, los miro absorta, pero no estás entre ellos, camino a paso lento, me asomo por entre los hombros y no te encuentro, escucho nuevamente tu voz diciéndome, ¡mami, allá estoy ganando muy bien y no solo eso me estoy capacitando!
¡Ya sé, hijito, te contesto callada, pero mi cerebro grita y se agita tratando que la respuesta te alcance a llegar, los ojos se llenan de lágrimas, las siento pesadas y gruesas, saco el pañuelo, lo desdoblo y este atemorizado, casi no quiere llegar a los ojos, trato de obligarlo y se me cae de las manos temblorosas, un joven que me observaba viene a levantarlo, le agradezco ese comportamiento, en ese instante nuestras miradas se cruzaron, creí verte a ti, ¡ pero no!
Él es castaño y tu rubio, le sonreí, ¡como no hacerlo, si hasta me hubiera reído a carcajadas!
Le hubiera dado un besote, un mordisco,¡ que se yo ! ¡y porqué no! Un te quiero, como los que te digo por teléfono.
Penny
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