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Inicio / Cuenteros Locales / gui / Antón y su futuro predecible

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Al revés de todo el mundo, Antón no tenía grabado ningún pasado en su mente. Esta se proyectaba hacia delante con una certeza extraordinaria. Antón sabía lo que le sucedería al día siguiente, al subsiguiente, dos meses más tarde e incluso un año después. Sin memoria alguna que atesorar, las imágenes que se proyectaban en su cabeza no significaban nada para él. Sabía que en dos días cruzaría una avenida arbolada, que en un mes recibiría su paga. Los hechos sucedían tal cual, pero eran devorados de tal forma por su mente que se podría decir que el sólo pensaba hacia delante.

Como nadie sabía de su extraña cualidad, si a esta se la puede llamar de ese modo, creían que le engatusaban y el poco intervenía a sabiendas que hiciera lo que hiciera, el curso de los acontecimientos ya estaba trazado de antemano. Sabía que ese dinero que le había sido pedido en préstamo, jamás regresaría de vuelta, pero del mismo modo, visualizaba que mucho más adelante, el moroso sufriría un grave accidente y gastaría una fortuna en hospitalización, tratamiento y medicinas. Entonces, como un pequeño dios, perdonaba a sus deudores y esbozaba una particular plegaria por ellos.

Para lo único que estaba capacitado era para barrer y eso realizaba día a día con exasperante minuciosidad. Tenía claro que ese oficio lo ejercería por lo menos hasta un año después, sabía todos los inconvenientes que le aguardaban y los escasos momentos gratos que figuraban en su futuro como pequeñas islas placenteras.

Dada su condición, se extrañaba del comportamiento del resto de la gente, tan ansiosa por saber sobre lo que le deparaba el destino, pero envidiaba de sobremanera que todos sin excepción tuvieran la posibilidad de atesorar los recuerdos de su vida, algo que para él sólo eran páginas en blanco. No probaba suerte en ningún juego de azar porque sabía con absoluta claridad que nunca se ganaría nada, por lo menos en su futuro cercano.

Un día supo que se enamoraría, que una hermosa niña se fijaría en él y ambos serían muy felices., pero ¡Oh fatalidad! en escaso tiempo ella se enfermaría gravemente y fallecería, dejándolo sumido en una enorme tristeza. Entonces, por vez primera en su vida quiso borrar ese manantial de sucesos, embotó sus sentidos, bebió hasta perder la compostura y aún así, la línea de su vida aparecía demasiado clara en su mente, aterradoramente nítida con su calendario infalible. Quiso huir, pero indefectiblemente regresaba donde mismo, era como si un poderoso imán le impidiese eludir su destino.

Ya resignado a lo determinado por las ocultas y poderosas fuerzas, retomó su humilde labor, sabiendo que en un par de meses aparecería aquella que le haría muy feliz pero, al mismo tiempo, muy desgraciado. Cada día que transcurría era para él, el acortamiento de un plazo fatal. No deseaba manjares si luego tendría que vérselas con la hiel de la desgracia. Su vida, renacida de la nada en cada jornada, lo sumía de inmediato en la tortura de conocer su aciago porvenir. Y todos los Antón que cada mañana eran dados a luz, abrían sus ojos abismados ante la cantidad de sucesos que se enumeraban con precisión matemática en sus virginales cerebros y tomaban el instrumento que su futuro inmediato les indicaba que sabían tañer. Barre que barre y tratando de ocultar lo que era imposible de soslayar, Antón, veía con desesperación que sólo restaba una semana para que la niña confluyera en su camino.

Entonces fue que decidió que la amaría hasta el hartazgo, que si su romance había de ser corto, no adolecería por ello de falta de pasión. Y consolado con esa expectativa, fijó sus ojos en ese horizonte luminoso en el cual aparecería la destinataria de un amor breve pero intenso.

Sucedió pues, lo increíble. Aquella mañana, el muchacho abrió sus ojos y vio que un radiante sol iluminaba su ventana. Se levantó ganoso, respiró profundo y al mirar aquellas tenues nubecillas que deambulaban en el firmamento, recordó su niñez. Más tarde, el canto de las aves le trajo recuerdos de su madre, una musiquilla que se filtró por las rendijas de su cuarto la asoció a muchos momentos felices en compañía de los suyos. El no se maravilló con todo esto puesto que al aparecer su memoria, desapareció de inmediato de su mente ese exhaustivo inventario de certezas que a menudo llamamos futuro.

Se acicaló y contempló satisfecho la imagen reflejada en el espejo. Después de mucho tiempo sus comisuras juveniles sustentaban una sonrisa. Salió después a la calle con su optimismo a cuestas. Acaso aquel día sería diferente, tal vez apareciese la mujer de sus sueños.

Apareció, como sabemos. Se enamoraron profundamente, fue un romance inigualable.

El la miró a sus bellos ojos y le dijo con voz emocionada: -Te amo, vida mía.
Y ella, sonrió dulcemente y le respondió: -Nada ni nadie podrá separarnos, mi amor…







Texto agregado el 18-01-2005, y leído por 276 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
20-01-2005 ayyy est e hombre que me hace humedecer los ojos con sus escritos!. Estrellas para tu cielo. Magda gmmagdalena
19-01-2005 Hay palabras que indefectiblemente hay que repetir en los comentarios a tus cuentos... Voy a usar una sola: originalidad. Bellísimo cuento. Un abrazo. neus_de_juan
19-01-2005 Si sabes como contar un buen cuento, EXCELENTE MIS 5 estrellas. SALUDOS!! Gustav_DE_Lioncourt
19-01-2005 Me gusta como cuentas Aniuxa
 
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