Ya empezaba la cuenta regresiva para concretar un gran proyecto que hasta hace poco solo parecía un sueño, la noche era calma con un cielo destellante.
Pensar que mañana todo esto lo veré desde otra perspectiva con un gran desafío por delante.
Siempre fue mi pasión enseñar a los niños, vivía para ello pero jamas pensé que sería la única protagonista de semejante desafío, enseñando desde una nave en órbita alrededor de la tierra, era algo inédito.
Detrás de la calma que aparentaba, ocultaba cierta expectativa y nerviosismo.
Instantes antes de abordar el elevador que nos subiría hasta la cápsula fue formándose la ultima imagen en mi retina de los rostros de mi familia, amigos y personal de base.
Al entrar al pequeño habitáculo, rodeada de instrumentos de toda índole me acomodé en la butaca correspondiente, ajuste el cinturón de seguridad, conecte los distintos sistemas de monitoreo y el micrófono para seguir los pasos que reiteradas veces habíamos ensayado en el simulador, pero claro esto no era el simulador, era la nave real, aquella que nos iba a llevar a la memoria de la humanidad, la que produciría un antes y un después en la didáctica, pero... ciertamente jamas llegue a imaginar el después.
El destino quiso que el mal manejo del hombre causara una gran expectativa truncada y solo enseñó a la posteridad, el valor del deseo y la voluntad que no siempre llegan a hacerse realidad.
El Chálenger se encargó de diseminarlo en miles de fragmentos, entre medio de estelas de humo blanco, que luego tristemente como meteoritos artificiales, cayeron al fondo del mar sepultando para siempre un sueño que no llego a hacerse realidad.
N.D.J. 7-4 -00