He descubierto un nuevo placer. Claro que no es como el sexo, pero me gusta. Cuando tengo pausa salgo presuroso a buscar una taza de café a la cantina. Con el primer sorbo me asomo a la terraza de la escuela. Allí se agrupan los muchachos a disfrutar de un cigarro y un café mientras llega la nueva hora de clases. Es enero y eso hace que salgan envueltos entre ropajes espesos, guantes y gorros que protejen del frío invierno escandinavo.
Pero no es eso lo que me gusta tanto como el sexo. Al fondo se ven las montañas gordas, oscuras, que sirven de frontera a un inmenso lago llamado Heddalsvannet. En medio del paisaje y sobre las colinas se ven los grupos de casitas de madera, pintadas con colores tristes y techos rojos desde los que se impulsan hacia el cielo las columnas de humo recien hechas en las chimeneas encendidas.
No se ve nadie en las calles. Los quince grados bajo cero invitan a quedarse dentro. Claro que la vida continúa sin contratiempos. Como dijo hace unos días un amigo "se siente mas frío en Bogotá." En medio del paisaje resalta una cinta larga y negra que atraviesa el pueblo de norte a sur. Es la carretera que lleva a Kongsberg -donde ponen sal cada mañana para derretir el hielo y evitar accidentes- que contrasta con el blanco reluciente de la nieve recién llegada.
Pero no es eso lo que me gusta tanto como el sexo. Es la sensación de escribir por placer. De mirar el paisaje de Notodden y sentir la necesidad de traducirlo en caracteres para que otros puedan tal vez sentir -por un segundo- el frío del sur noruego. Es eso lo que me gusta tanto como el sexo.
Texto agregado el 18-01-2005, y leído por 6099
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