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Yo nací siendo pelota y decidí que estaba a gusto. Viví como pelota una infancia de juegos. Salía a la calle y me dejaba pegar patadas por niños con zapatillas de suela de cuero. Rodaba por las aceras sin rumbo. A veces notaba algún clavo. Me desinflaba y tenía que ir al zapatero. Me recetaba un parche de colores y tres días de reposo continuo. Al principio obedecí. Pero las prescripciones están para romperlas y los niños son infieles por naturaleza. En cuanto no bajaba dos días me cambiaban por una absurda cometa. Así que aprendí a cicatrizar sin ungüentos. Cada vez que me hacía daño fingía estar en mi mejor momento. Estiraba la piel y me vestía de domingo, maquillaba las heridas con cuidado y me dejaba golpear por el más fuerte del barrio para demostrarle al mundo que yo era una pelota de verdad, sin sentimientos.

Durante un tiempo conseguí mantener mi puesto y mi corte de seguidores. Debieron ser dos o tres años de malditas bendiciones. Todos los niños me conocían y me llamaban por mi nombre. Esperaban en la plaza, con las manos llenas de nocilla y las rodillas negras, a que yo torciera la esquina del kiosco con un bote acrobático. Aprendí algunos trucos visuales para encandilarlos. Me apunté a clases a distancia. Me adapté a las modas y aunque me customicé de mil formas, lo resumo en que pasé de ser negra a Ciempozuelos. Allí estuve justo hasta que me echaron porque necesitaban camas; ¿adivinan para quién? De nuevo para las cometas. Dos raquetas con las que me llevaba bien me contaron que la aparición de los aviones teledirigidos y la preferencia de los niños por éstos había provocado que las cometas se deprimieran y tuvieran miedo de volar.

Me fastidió bastante porque en el psiquiátrico había encontrado amigos. Objetos que como yo ocultaban su realidad para gustarle a los niños. Objetos con esqueletos enredados en alambre y buena cara. Recuerdo que era domingo porque las campanadas de la iglesia sonaban a pecado y hostias. Hicieron un petate con los cuatro parches amarillos que me quitaron al ingresar (en el hospital íbamos con uniforme gris marengo), la bomba de aire y el rotulador endeleble blanco con el que un día me firmaron dos admiradores. Abrieron la puerta de la calle, con mala gana me arrearon un puntapie y eché a rodar. Rodé de seguido sin querer recordar mi vida de atrás, de hacía diez años. El dolor de cabeza era un zumbido de abejas continuo, tenía la piel ajada y varios bultos pero no quería parar. Parar significa mirar al mundo. Parar significa tener tiempo y pensar. Parar significa muerte. Parar me mata y yo no puedo parar. Hasta que paré.

Paré porque un día alguien me vio rodar y gritó mi nombre. Paré. Di media vuelta y allí, a mi lado, estaba el chico más débil del barrio. Más crecido. Con barba y pelo largo. Me levantó en el aire y me dio un beso. Me contó lo mucho que me había echado de menos. Yo era la única que había botado para él en los infiernos de sus granos y sus adolescentes desconsuelos. Me sentí bien. Recompuesta. Le eché un vistazo y vi admirada cómo había cambiado. Estaba alto, musculado, llevaba un traje de diseño y zapatos de cuero. Fue muy rápido, casi en un segundo me vi a su lado. Confiada. Entendí que estábamos hechos el uno para el otro y que mi misión era decírselo. Con él ya no necesitaría máscaras ni mentiras porque ya me conocía. Porque yo le conocía. Porque yo jugué con él cuando nadie lo quería, porque yo le rompí un diente y le golpeé un testículo. Porque yo sé de dónde viene y quién es. Porque somos el otro lado del espejo. Le pedí que me dejara en el suelo y le hice un resumen detallado, sin caparazones mentirosos, de mi vida hasta aquel día; Yo nací siendo pelota y decidí que estaba a gusto… rodé de seguido si querer recordar… hasta hoy, que he dado contigo. Contigo ya no necesitaría máscaras ni mentiras porque ya me conoces. Porque yo te conozco. Porque yo jugué contigo cuando nadie te quería, porque yo te rompí un diente y sé que no tienes un testículo. Porque yo sé de dónde vienes y quién eres.
Por qué por todo eso sacó de su bolsa una navaja, clavó su acero en mi vientre y me tiró al río.

Texto agregado el 14-07-2003, y leído por 418 visitantes. (6 votos)


Lectores Opinan
29-09-2003 He aquí un relato magistral. Interponer la existencia impersonal de un objeto para, mediante la insuflación de vida al mismo, hablar de la vida, de la infancia, del amor, de la necesidad de pertenecer y ser queridos, de la irracionalidad, del dolor, de la ilusión, de sentirse reconocido y avalado, para hurgar en el espanto con ese final de venganza inmisericorde ha sido una experiencia que pasó, en mi caso, por la emoción, la delectación y luego el asombro. Lo guardo entre los predilectos. casual
17-07-2003 Me cautivó. Gracias por recomendarme tu "memoria" LaMaGa
17-07-2003 Cielo, redondo como pelota. Fuerte, circular y perfecto. Con sabor a pastilla de menta y guinda, has visto como te pican?. Bien por ti. Gracias por subirle...ahora un pedido, por favor no lo quites que he de volver sobre el..Un beso y un abrazo hache
17-07-2003 Extraordinario: sencillo, completo, con una historia que contar y muy bien escrito. (sólo cambiaría algunos localismos). No se cual es su titulo verdadero. Felicitaciones. juanramon
17-07-2003 Ácido!!Extraño!!Bueno!!Conseguido!! Nusk
16-07-2003 Vaya, realmente bueno; capta tu atención, te atrae hacia su redondez; te embelesa y al final te da dos sopapos pa que espabiles. Es una pena que desaparezcas...que pasa trabajais todos con los de raticulin? Nomecreona
15-07-2003 No te lo perdono, lampedusa. Me has hecho ponerme triste por una puñetera pelota. Y eso no se perdona, joer... (aunque a mis labios se les escapa un "fantástico..."). ;-) En serio, muy muy bueno, feliz regreso, niña! Mmmmmuaks! moebiux
 
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